miércoles, 2 de diciembre de 2009

De viajes

A Diego y Gabriela


-Hey viejo, otro viaje -sentenció. -Habla.

Lo miró. ¿Estaba para otro viaje? No olvidó los viajes ni lo0s sacó de sus planes, pero ¿era el momento indicado? Pensó, y mucho. Quería y n quería un viaje, simultáneamente. No sabía ni sería lo mejor. Después de tiempo, tomar la decisión de viajar no era así de simple. La verdad es que temía. En su vida los viajes fueron placenteras y exquisitas experiencias, pero el tiempo pasó y nueva información filtró su cerebro, las que podían impedirle tener uno bueno. Sabía los riesgos que correría: de no resultar óptimo las respuestas serían desastrozas -sin exagerar- y podrían mermarlo y hasta traumarlo, pensaba. Entonces: ¿cuándo iba a ser el tiempo? Porque tarde o temprano lo tendría que hacer, no podía olvidar su identidad de viajero interdimensional por excelencia. Dos bandas batallando en su cabeza. Tenía que esperar un detonante, una excusa para perdonarse de hacerlo de nuevo. Y tenía ansías de que suceda. Pero ¿y cómo iba a resolver este instante? ¿Que iría a responder? Estaban su amigo y él, sentados cara a cara, el ruido de la música no importaba, ellos son los protagonistas.

-No lo sé -contestó -, tengo muchas dudas.

Su amigo -del cual no sabemos su nombre- no lo condenó ni le insistió, sólo se quedó atónito y se sintió, bueno, algo triste. Triste porque pensó que su gran compañero no era el mismo de antes y que, a causa de eso, se privarían de espectaculares momentos compartidos, como los que tuvieron en el pasado. Pero lo estimaba y consideraba mucho como persona y lo respetaba, así que no podía, aunque quisiera, manipularlo, su decisión era su decisión y listo.

Elías, por su parte, se quedó callado y sumergido en su propio mundo. Sentía que se defraudaba y, por ende, también a su amigo. Eso sentía, mas no necesariamente era lo correcto. Pensó -al igual que lo había pensado ya su compañero, y tal vez con acierto- que ya no era el mismo de siempre y se atormentó con la idea. Desprendido de su esencia, careciente de su sustancia. No lo quedaba de otra; primero era él. Un aliento -divino, quizá- le devolvió el ánimo. En el hoy no sería preciso, pero si probablemente en un mañana, que ojalá tan lejos no se encontrara. Pasaba por una etapa y una vez concluída ésta vendrían más, propicias para lo que quería y anhelaba. Su mañana no le correspondía, no había de qué preocuparse, porque justo en el momento recibió una palmada en el hombro que lo distrajo de sus cavilaciones y del juego y escuchó a su amigo decirle:

-No hay problema. La vida nos dará muchas cosas más. Nuestra amistad seguirá.

Sonrió, porque la vida le otorgaba esperanza.

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