lunes, 28 de junio de 2010

martes, 22 de junio de 2010

The test


Nos encontramos en el “Z”, Diagonal de Miraflores. Aunque me demoré, llegué temprano. No quise sentarme en una de las bancas e ir ordenando algo, me paro frente al quiosco y leo titulares de periódicos y novedades de revistas miscelánicas. Tarda, y estoy nervioso. Me despegó de uno de los titulares y está ahí, aproximándose. Fuerte impacto. Cachetada en la cabeza. Puñetazo al corazón. Me acerco y la saludo como se saluda a una dama; con un beso en la mejilla. No pretendo más que eso, supongo es lo ideal. Se acerca más a mí y me da un fuerte, ¿cálido? (¿habrá sido cálido, habrá sido un engaño, habrá sido algo?) abrazo. Correspondo, como haría siempre a cualquiera de sus pedidos. Tiene un polo de Barbie que no me gusta y está un poco cochino y el cabello amarrado en un moño encantador. De acuerdo a los convencionalismos –qué sociedad que somos, qué robots que somos- contestamos preguntas habituales tipo cómo estás, qué tal te ha ido, después de cuánto tiempo. Caminamos un poco, ¿A dónde vamos? A tomar un café. La verdad yo no lo quiero tomar en “Z”, sin saberlo ya estamos cerca de McDonalds y propongo ir a Dunkin’Donuts. Me gusta la combinación café-dona-de-chocolate. Entramos al lugar y no da gestos de aceptación. Salimos: ningún café de ahí le gustaba. “Quiero tomar un café de un café”. Bueno, son ¿dos, tres? años, yo qué iba a saber que no le gustaba la combinación que a mí sí, yo qué iba a recordar que a ella no le gustaban las mismas cosas que a mí y viceversa (exceptuando el sexo y la marihuana –del sexo supe que le gustaba, mas no con exactitud si conmigo, de la marihuana supe que le gusto, mas no si tanto como a mí). Estamos entusiasmados o eso demostramos, o intentamos demostrar, o yo qué sé, vivo y punto, que fluya. Sigue bien simpática, bien simpática… Como todo hombre, tengo mi lado animal, y como todo homo sapiens, tengo memoria, e imagino sus sujetadores rosados que usaba o las tobilleras que nunca se sacaba al hacer el amor o al tener relaciones sexuales o al encamarse conmigo, no sabría como describirlo, porque para hacer el amor se necesita de dos personas, dos personas con un mismo sentimiento, para tener relaciones o encamarse se necesitan dos órganos reproductores complementarios y nada más, porque le daba mucho frío. Qué rico, igual, la chupada de teta. Sigo en el parque en verdad, me fui un poco, así soy yo, bien imaginativo, sin censuras, las cosas como son, sin tapujos. Su radio suena, lo saca de su cartera, “ah, dios mío, dónde estás, no te veo”, dice con emoción, voltea, allí está su amiga, quien era su vecina cuando vivía en su casa de San Isidro, una chiquita dos años menor que ella (creo), pero ya está crecida, yo la veo: ya no es una niña, aun así guarda el encanto de una de ellas. Ya ninguno de los que hace dos años o tres eran niños lo son, el tiempo no pasa en vano, han crecido. Su amiga le había dicho “estoy viendo a una chica igualita a ti caminando por el parque Kennedy con un chico igual a Bryan”. El tipo debía de ser alguien parecido a mí, mas no yo, yo era parte del olvido en la vida de Miel, ¿cómo así me desenterró? No sé. Tal vez ella tampoco. Tal vez solo sea un intento, una prueba para ver qué hay. Saludo a su amiguita y me hago a un lado de la corta conversación. Seguimos caminando. No hay mesa libre en la parte del café que da para la calle, en la zona de fumadores, así que cogemos una mesa de adentro. Sentada en mi frente la confundo con mi psicóloga y entonces descubro porque era tan abierto con mi doctora: su rostro es similar y sus senos de proporciones análogas; la imagen se desvanece rápidamente, no pasó nada. Se suelta el cabello, inclina la cabeza, me sonríe. Suspiro mentalmente. Qué bonita es. Cuánto detesto qué sea tan bonita. Si al menos ya no me gustara… Pero la belleza no se puede negar, yo no soy de ese tipo. La mesera, delgada, de jean y polo morado, se acerca, nos saluda, se presenta y nos deja la carta. “Siempre he querido trabajar en este café, pero ahora ya no, no sé por qué tiene que decir su nombre, qué antifashion”. –Felizmente te desanimaste, si no estaría como cojudo haciendo que mi vida gire en torno a este café, pienso-. Hace unos días me cogió un pequeño resfriado, estuve con la garganta fastidiada un par de días y de noches, aunque me encanta el frapé, esta vez elijo un moka común y silvestre. Ella se decide por una cerveza Corona. Me animaría, de no ser porque la cerveza se toma helada y porque es un psicoactivo y quiero estar con mis sentidos en su cabalidad, quiero estar objetivo, no dejarme distraer por subjetividades, suspicacias o distorsiones. Se demoran trayendo nuestro pedido y parece que se incomoda un poco, se disculpa porque va a tener que hacer una pequeña llamada. Tal vez es un break para la cita, para pensar qué está pasando, qué va a hacer. Yo aprovecho para ir al baño, donde derramo estúpidamente todo el jabón líquido en el lavabo. ¿Nervios? Damn. Me siento nuevamente, conversamos trivialidades, cuento algunas anécdotas del centro, como lo hacía antes trato de presentarle mundos que desconoce para que sepa más, para que conozca más, para que tenga más de qué hablar. Me estiro en el asiento, me acomodo, me desparramo, espero impaciente mi frapé que se demora más y más. Llega por fin la mesera, de nombre que no recuerdo, no trae mi orden, trae la de ella, la cerveza, y se confunde creyendo que es para mí. Según los patrones machistas establecidos de un país tercermundista la cerveza debería efectivamente ser para mí, no obstante ya estamos en el siglo XXI, despierta y vive, las mujeres ya no son las amas de casa de los setentas de faldas largas, corsés y picardía pero con reservación, es tiempo de descaro. Nos reímos. Me pregunta cómo va el limón, que nunca ha sabido cómo, bueno, yo tampoco, por lo que veo no es la primera cerveza que le despachan en el “Z”, después de todo han pasado años, yo estuve lejos y aislado y no era ni parte de su vida tampoco. Interpreto de varias maneras el pedido de la cerveza, sin saber cuál es la verdadera intención. ¿Soltarse? Es decir, tomar un poco para que la cosa fluya como fluyen las cosas con un poco de alcohol en la cabeza caliente. ¿Relajarse? Es decir, destensionar un poco y aminorar la presión del momento, tal vez incómodo ya por esas estancias. ¿O simplemente ninguna? Creo que estás siendo muy suspicaz, Bryan, no puedes con tu genio, afortunadamente sabes cómo eres y te das cuenta, si no ya estarías hecho un desastre y un mar de cólera, bestia. Llega mi moka, por fin. –Estás un poco gordita –le digo. Se incomoda, parece, ríe, no sabe cómo salir: -Sí, es que he estado tomando pastillas anticonceptivas y como que te alteran las hormonas. Y la putamadre. ¿Quién mierda preguntó sobre tu vida privada y peor aún de tu vida privada sexual? Carajo, ahora sí voy a ser suspicaz, me llega al pincho. ¿Qué coño me tratas de decir: a)”llevo una vida sexual bien abierta”, b)”me gusta que me den a pelo, detesto el condón, así que la que me cuido soy yo”, c)”no se puede confiar en que los hombres tengan un condón y a veces me pongo tan cachonda que lo tengo que hacer y no quiero tener todavía hijos”, d) “después de ti han pasado varios así que ni te sorprendas, y sí que me han dado”, e) todas las anteriores. Hija de puta. Así de rápido como se me desorbitaron los ojos los orbito de nuevo, nada ha pasado, tranquilo boby, tranquilo. Uno, dos gestos, y salí de la frase, fue una frase. Nada más. Cambio de tema. Ya ni sé qué hablar. Me cuenta algunas cosas de su ex enamorado, que se enamoró, que el huevón era un perro, que habló pichulada y media después de ella. La historia no es muy disímil de la que escribió conmigo. Claro que yo no me la pasé hablando pichulada y media, pero sí hice el cagadón. No tomo esto como una indirecta-golpe-bajo. Reacciono normal, entonces. Yo no tengo mucho que hablar de mujeres, y así lo tuviera, me reservaría de hacerlo. Ella era muy celosa, recuerdo, no podía ni tener amigas yo, más rápido me cuadraba… Así que hablo de otras cosas: “¿Fumamos?”. No quiere ir muy lejos, no acepta ir hasta el faro. Qué pena, es un lugar bien bonito para prender barulo. Entonces la bajada Balta, donde siempre fumo cuando mis bróders de Free Town y yo quedamos en encontrarnos en un punto medio para reír, fumar, y conversar. Ella está hecha una loca con la lengua (no, no me está besando, lamentablemente), y conversa de sus amigas, de cuántos hijos tuvo cada una, de que a uno lo cuidó en una guardería y que cuando un chico simpático se le acercó ella le dijo que era su hijo para quedar linda, y etcétera. Yo, cuando se trata de la hierba, entro al ritual y no me desconecto. No le falto el respeto, no la dejo de escuchar, tomo atención a todo lo que me dice, y pregunto si estoy interesado o acoto si es necesario, pero mi vista está fija en las ramitas, las hojitas, la carnecita y las pepas, mi tacto concentrado en esa especie de polvito que se te pega en los dedos cuando desmoñas buena hierba, y mi olfato en el perfecto aroma del cáñamo. Mis oídos sí son todos de ella, hemos quedado en una cita, y estoy en una cita. Si acepté es porque la quería ver, porque la quería escuchar. Y eso estoy haciendo. Ella me importa, así a veces me haga renegar, así me haya dicho lo de las pastillas anticonceptivas, que no me deja de merodear por la cabeza pero que ya qué importa, todos somos libres, déjate de pelotudeces, Bryan, be quiet and drive. Me alegro, porque recuerdo que a ella le gustaba fumar, que le gustó la hierba, y que en un momento compartió el mismo sentimiento que yo hacia la planta madre, yo era muy feliz, ella era mi aprendiz y me sentía orgulloso porque correspondía la vibra, parecía destinada a que la madre de todos los bienes, la hierba, la acoja hasta la eternidad en sus brazos, y que ahora iba a volver a fumar después de mucho tiempo. Y yo sé qué es volver a fumar después de tanto tiempo… es una alegría. “Dios salve a la Reina. Y la Reina se llama María”, pronuncio como parte del ritual una vez ya entubada la hierba en un canuto casi calculado matemáticamente, y, con solemnidad, lo enciendo. Ahora estoy con ella, mi madre, mi mentora, estoy en sus brazos, sus tiernos brazos... Comparto el placer con mi ¿compañera?, a quien como de costumbre se le apaga el canuto luego de un par de toques; no muchas cosas han cambiado, veo. La hierba la acelera más y ahora conversa a la velocidad de la luz; es impresionante. Yo la observo y me río, trato de imaginar qué está pasando por su cabeza que es tan divertido. Me cuenta miles de cosas, pero pasa lo que pensé podía pasar: se suelta mucho y se frikea. “¿Con cuántas mujeres te has acostado?, me pregunta, ¿Cómo se llaman? ¿Cuántas perritas de tus amigas han sido tuyas?”. Preguntas inadecuadas, Miel, una bomba nuclear cayó en nuestra cita. Mal paso: al abismo. Meto el parche: “Hey, hey, qué pasa? Tranquila, ninguna, esa pregunta no es adecuada”. Y ella lo sabe; se disculpa. Se le subieron un poco los caballos. La hierba es un psicoactivo, pues, hay que estar preparados, después de tiempo el viaje puede ser fuerte y las impresiones, por ende, también y con mayor razón. Se le destapó la caja de Pandora a mi chiquita, putamadre. Este incidente eclipsó todo. Yo me mantengo más callado que conversador y no recuerdo muy bien cómo sosteníamos el hecho de estar uno al lado del otro, muy probablemente detestándonos y sin saber cómo huir de esto, sabiendo que sería descortés dar por terminada la cita con un accidente tan desagradable. Así que hacemos lo que se hace en la calle: caminar. El silencio nos ha visitado, y forma parte de nuestro encuentro, se ha instalado incomodando a ambos. Ella ya parece tener que irse, tiene que ir a una fiesta en la noche sí o sí, por lo que noto, soy un caballero, y ella es una dama, debo acompañarla a tomar su carro. Caminamos hacia Angamos con Arequipa y en el transcurso un a joven nos ataja. Usa su labia y nos engaña diciéndonos que si respondíamos a un pequeño test publicitario nos daría un regalo: Nada perdemos, así que aceptamos. Nos echa un poco de perfume a cada uno en la mano, según ella es un Carolina Herrera, pero en la caja no dice eso y Miel se lo hace notar, la chica evade. Nos ofrece una oferta: por la compra de uno llevamos el otro gratis, o sea uno para hombre y uno para mujer. “Para que le regale a su enamorada”, me dice. Ráfaga de viento en la cara. Miel disimula la incomodidad riéndose y aclarando que yo no soy su enamorado, yo hago eco de lo que dice. La joven nos pide disculpas y cuando preguntamos cuál era el regalo resultó ser la oferta. Siendo estafados y confundidos como una pareja seguimos hacia Angamos. En el paradero le recuerdo que se eche gotas en los ojos. Le pregunto si se siente bien, si tiene controlada la stoneada. Me dice que sí y confío en ella. Su carro pasa al rato, se despide apurada con un beso en la mejilla y sin el abrazo ¿cálido? del saludo. Veo como se embarca, que esté bien, que sea el carro correcto y retrocedo a las bancas del paradero. Me desparramo en la banca, algo inquieto, observo los carros y la gente pasar, tiro mi cabeza para atrás, veo el cielo, ya azul lívido, cruzo mis manos y no sé qué hacer. Es temprano. Es de noche, además. Debo quedarme en la calle. Yo, a diferencia de ella, no tengo nada en particular para la noche, a mí me tranquiliza y me contenta fumar, no necesito unos tragos y un montón de gente rodeándome, necesito a alguien con quien se pueda tener una conversación interesante y entretenida para estar contento. Me acomodo en la banca un rato, sin saber qué hacer, a dónde ir, con quien conversar. Los carros pasan frente a mí, son imágenes, nada más, puesto que yo estoy concentrado en otra cosa, o en muchas otras cosas. Pienso, y veo que los carros no dejan de pasar.

lunes, 7 de junio de 2010

Regénesis


Tomó mi café, esta vez no es un frapé, por más que me agrade me abstengo, de lo contrario voy a estar peor de la garganta y faltan pocos días para el sábado. No me pienso perder la noche en Bernabé. Una chica pasa a mi lado y se sienta una mesa más allá. Prende un cigarro y apoya los codos en la mesa. Nos miramos de lejos y parecemos reconcocernos, no se de dónode. Alzo la mano para ver si responde a mi señal y así pasa. Se acerca a paso lento y toma asiento en mi misma mesa.

-Nos conocemos?
-No sé, tal vez de otra vida.
-Debe ser, me pareces conocida, es como una intuición, mas no sé de dónde. Debe de ser, com tú dices, de otra vida. Por lo que escucho crees en las otras vidas.
-Creo en las otras vidas y en otras cosas más.

Su serquillo no me deja verle el ojo izquierdo, el derecho, que sí veo, es color café. Sus labios son delgados y pequeños, no tiene ningún tipo de maquillaje en el rostro. Está natural.

-Interesante. Pareces caerme bien, pero no todo lo que parece es. ¿Qué te has pedido?
-Un cortado.
-¿Muchas ganas de quitar el sueño?
-No, ese café era el favorito de mi padre. Soy su primogénita, y continúo con su tradición. Espero que mis hijos, si los tengo, sigan con esta.
-¿Cuántos años tienes?
-¿De cuántos parezco?
-Pareces no tener edad, tu rostro es eterno.

Bota una bocanada de humo, mentolado, afortunadamente. Se me antoja y yo enciendo uno de los míos también.

-Eres el primero que me dice eso, será porque identificamos conocernos de otra vida.
-Debe ser eso. ¿Qué te trae por este café?
-Nada en especial, venía de chequear unos libros en Crisol y se me apeteció una bebida caliente. Y a tí?
-La nostalgia. Sentarse en el café a beber es para mí sinónimo de pensar y meditar, tomar las cosas con calma, hacer una pausa.

Su cuerpo es delgado, no tiene muchos senos y tampoco trasero, esto no es impedimento, la ropa que usa es bien relajada, le cae perfecto, se le ve muy bien, es la onda que me agrada. Cruzo las piernas y me arrecuesto en el asiento. Aspiro el cigarrillo y pregunto con comodidad.

-¿Ya cuántas vidas vas?
-No las suficientes como para pagar todos mis karmas, me falta mucho que recorrer por la rueda de las reencarnaciones, soy conciente que aún no he llegado a la perfección, estoy lejos del Nirvana.
-Parece (una vez más, parece) que atravesamos la misma situación.
-Llenos de coincidencias, ¿eh? ¿A qué lo atribuyes?
-Al universo, el encargado de que todas las piezas del engranaje concuerden para que siga funcionando esta máquina. Todo esta calculado, hasta cómo terminará esta tertulia, aunque lo que bebemos es café, en verdad.

Emite risas. El café es como la biblioteca de la que hablaba Borges, es un lugar donde están contenidas muchas historias, todas las historias, la diferencia es que en la biblioteca todas las permutaciones imaginables están escritas, perpetuadas en el papel, en cambio, en el café la transmisión es oral, lo que hace que hayan muchas más permutaciones aún, porque es sabido que la transmisión oral varía de generación en generación hasta que no se sepa cuál fue la historia original. Nosotros no somos los únicos que estamos sentados, parecemos serlo, porque los demás están a mucha distancia (no física) de nosotros, ya han habido muchos otros como nosotros que han ocupado estas mesas e incluso las mismas bancas cubiertas por sacos de café donde se reposan nuestros traseros. Es posible que hasta nosotros dos nos conozcamos de otra vida pero de este lugar, es sólo que el universo se encargo de recolocarnos. No es una casualidad, porsupuesto. Algo debe de haber.

-¿Soltero?
-Sí. ¿Cómo así?
-Se nota en tu rostro, vamos, tú y yo sabemos que vemos más profundo que nuestros ojos, llevas mucha melancolía dentro (además me lo has dicho). Ha pasado bastante tiempo y sigues así, te preocupa en parte, y en parte, no. Estás libre de alguna forma, y tus amigos están ahí. A ellos les suceden cosas similares, a la gente común también, pero nosotros somos más vulnerables, no sé si sea un defecto o una virtud del espíritu, de todas formas asimilamos los eventos con mayor gravedad que la gente corriente, y el impacto causado genera heridas.
-Sabes más de lo que pensaba que sabías. Una vez más me ganaron mis prejuicios. Lo tuyo es ¿Cocaína?
-Lo era, ahora sólo porros, tratando de mantener las cosas en calma. Tú, porros, de hecho.
-Psicodélicos en general, pero los estoy dejando, ya no me gusta mucho el frenesí, ¿sabes? la época de mi vida en que seudo solucionaba mis problemas ingiriendo más y más bombas que desolarían mi cerebro ya pasó, es mejor relajar. Lo mío es relajar. Indudablemente.
-Psicodélicos... deben ser fuertes. Nunca los he probado. Me gusta Warhol, The Velvet Underground, y esa onda bien ácida, pero el estado locuaz de la cocaína...
-Sí, es rica la cocaína, lamentablemente muy perversa. Es importantre tener en cuenta que es una planta que el hombre la ha denigrado, sabes que la coca es una hoja ancestral, desde los tiempos de los incas, sin embargo el hombre, por su avaricia, codicia, y perversiñón, la ha contaminado con químicos despreciables, el resultado es que luego, esta planta transmutada, toma venganza sobre nosotros, y los efectos que nos produce pueden ser en un inicio agradables, mas después, son aterradores. Te ha pasado, te lo aseguro.
-Aciertas.

Mi café se está enfriando, bebo lo que queda de un par de sorbos.

-¿De qué época seremos, no?
-Siempre intriga. Pero no hay que darle tantas vueltas, woman, vive la realidad. Hace mucho descubrí que tanto redundar en la cantidad de universos paralelos que existen no sirve de nada, puesto que su conocimiento no saca beneficio del unierso en el que estamos situados. Pueden haber mil universos y mil épocas, mil Rolandos paralelamente a este, que toma café contigo, Melani, pero en este momento el único Rolando del que soy partícipe es este.
-¿Cómo supiste mi nombre?
-¿Habíamos quedado en que nos conocíamos, no? Me lo dictó el universo, y punto.
-Sí, nos conocíamos, pero yo no había descubierto tu nombre.
-Mi identidad es compleja, soy mil hombres a la vez. Jamás podrías acertar.
-Te apuesto a que sí.
-¿Soberbia?
-No, confianza, seguridad.
-Vale, me caes bien.

En el universo, una galaxia es absorbida por un gigante vortex, un hoyo negro, y estos dos bebedores de café desaparecen repentinamente. Aparecen otra vez, uno al lado del otro, separados por el tronco de un árbol. No llevan ropa, sus cuerpos están desnudos. Se miran, con asombro.

-¿Tú eres la del café, cierto? Yo te conozco de otra época.
-Sí, tienes razón. Tú eres Adán.
-Descubriste mi nombre.
-Me tocaba a mí, no en todas las dimensiones ibas a ser tú el gitano de la bola de cristal.
-Vale, entonces tú eres Eva.
-Estás en lo correcto, porque sí tú eres Adán y yo estoy aquí sentada y desnuda y no veo más que animales...
-Debemos reproducirnos y crear otra humanidad.
-Así parece, también.
-Bien, cumplamos nuestra misión.

Enlazan sus piernas, enlazan sus brazos, enlazan sus cuerpos, mientras que una serpiente, desde una rama del árbol de la manzana, serpentea con su lengua, y fija bien ambos objetivos en su mirada. En esta ocasión no les hará nada, no logrará convencer a Eva de que coma del fruto prohibdo, y en esta versión de la humanidad todos andaran desnudos, puesto que no poseen la vergüenza, ya que todos son iguales, y comerán del fruto de la tierra por siempre, así cómo convivirán con los animales, a los que les han ido poniendo sus respectivos nombres. A la serpiente un águila la cazó y no se supo más de ella. El edén se cumplió, es otro universo más, es la cabeza de otra persona, quizá.

domingo, 6 de junio de 2010

De buenas y malas

Existen buenas y malas rachas. Buenos y malos tiempos. Yo estoy pasando por una mala racha. Ya desde hace vario tiempo. Las malas rachas se caracterizan por ser desagradables, frustrantes y desesperantes. Parece que todo te sale mal. Estás tuerto: tienes la capacidad de ver lo negativo, mas no lo positivo. Filtraje. En una mala racha puedes reaccionar de diferentes maneras, puedes lamentarte o cuestionarte de por qué atraviesas esa racha tan negativa de la que te quieres deshacer, y retroceder en los hechos para hallar que hiciste de mal a quién o con qué para encontrar qué karma estás pagando. Puedes hacerlo, y ten por seguro que no vas a llegar a ningún lado. En una mala racha hay varias cosas por hacer, como ya dije, pero la que se debe hacer es una: ser fuerte. Resistir. Sobreponerse. Eso es. La mala racha no va durar toda la vida, su nombre lo dice, no es más que una “racha”. A veces sí se ponen bien trágicas las cosas y quieres asesinar la racha con una ráfaga de cocaína en una noche de conversación privada. Es parte de la mala racha, si sucede o no, no altera la situación. Es válido, después de todo. Es como la guerra, todo es válido, pero siempre conciente. Puedes engañarte pensando que quieres distraerte y alocarte todos los fines de semanas o días juergueables para salir y escapar de la racha en unos tragos de alcohol o en la almeja de alguna mujer que conociste esa noche y que sí ayudó, porque te sacó la leche, mas no te satisfizo; le diste con desprecio, sin pasión, la arrimaste a una esquina de la cama, no la besaste, sino le extrajiste su boca, dejaste que te la chupara mientras veías como sus ojos de zorra sedienta, también, quizá, tal vez, por lo mismo que tú, por una mala racha, miraban tus ojos extraviados, la abriste de piernas, le lamiste la concha –si es que se dejó, si fue tan valiente como para recibir placer-, la cogiste por la cintura, le diste la vuelta, la penetraste contra la pared, arrojaste todo tu sudor sobre su espalda y tu animalidad sobre su persona. Desahogaste. Nada más. Ayudó, sí; solucionó, no. Al final fumas un poco más de hierba y o te quedas echado sin importarte qué siente o qué sintió y dejas que se bañe y se largue a su casa. Una zorra, al fin y al cabo. Sin embargo cuando ya eres más pensante, tomas con calma la mala racha. ¡Porque sabes que va a terminar! Que “todo tiene su final”. Entonces pasas los tragos amargos de saliva y los soportas. Estás opacado, underground. Yo ya pasé el mayor tramo de la mala racha, supongo, y ya no me importa salir a podrirme un fin de semana para olvidar en vez de superar. Pienso, tengo 22 años, no soy un púber más con la polla caliente y ganas de lucirme con mis amigas de cabellos castaños, ojos claros y cuerpos delgados maquillados por la ropa de moda. Soy de un barrio bohemio, nostálgico, melancólico. Soy parte de éste barrio. Soy un escritor, un artista, un abstracto. Se complementan ambos. Tengo un trabajo que no me gusta, que es parte de mi mala racha, y no tengo con quién conversar. No obstante, nací sólo y cuando muera, será, también, sólo. Así que tengo que aprender a vivir solo. Tengo uno o dos amigos y confío en ellos, salimos, fumamos petardo, y recostado en la palmera o en las bancas celestes con vista y oído al mar, me tranquilizo, y pienso lo mejor: que todo esto va a terminar. Porque la mala racha es espesa, pero un solo hecho la aniquila: un buen golpe de suerte. Una cosa que te pasa bien, que sientes que verdaderamente fue buena, y puedes alzar la mano y despedirte, porque la mala racha quedó ahora donde debió estar siempre, atrás tuyo, a la vuelta de la esquina, lejos, y sin intenciones de aproximarse. Y cuando menos lo creas, vas a mirar atrás y vas a cagarte de la risa de lo que te pasó.