jueves, 26 de junio de 2008

The Rise and The Fall

Yo ya sabía que iba a pasar, porque él mo lo decía y yo, al conocerlo, sabía cuando me mentía y cuando decía la verdad. Me lo decía preocupado, no como anteriormente, que lo decía de forma pasajera, como algo que ansiara y no como algo a lo que ya no podía escapar. Fue poco a poco, de manera paulatina. Pero parece que desde el primer momento lo comprendíó. "Me estoy quedando", decía. "No sé cómo recuperarme", añadía. Esperaba que pasaran los días con la esperanza que al nuevo despertar se redujeran sus síntomas, pero no pasaba nada. En las mañana creía haberlos superado; por la tarde, regresaba todo de nuevo. Nadie cree porque el siempre respondía que edstaba bien, quizá no lo demostraba pero su palabra, como la de todo hombre, era importante; además, estaba en su derecho: nadie acreditaría sus palabras. Después fue empeorando. Me acuerdo que desde pequeño temblaba al coger la cuchara, que cuando empezábamos a divertirnos psicodélicamente la situación se acentuó un poco y ya no le temblaba la mano si no el brazo. En las fiestas no se divertía tanto, en un momento aparentaba estar bien, pero al siguiente ya se notaba que sufría. Yo lo percibía más por lo mismo que siempre lo acompañaba, sin embargo los demás también notaban que se pasaba de vueltas. Es que dejaba de bailar, respirba hondo, se cogía el corazón y la pierna le tembalaba sin remedio. Cuando se exacerbaron los síntomas fue peor. Yo ya no lo dejaba para nada solo porque sabía que en cualquier momento le podía pasar algo, andaba tan distraído... Él estaba más preocupado que nunca. "No puedo escribir, me tiemblan los dos brazos, recuerdo a mi abuela", repetía. Tenía razón: parecía su abuela cuando le dio lo del parkinson, se sentía triste porque él sabía, cuando le veía, que tras su muerte le dejaría su enfermedad, y así estaba pasando. Lo peor era que no tenía cómo pedir ayuda, era difícil confesarle a sus padres que era un psiconauta y que su sistema nervioso se estaba haciendo trizas a causa de esto, y lo más feo era tener que insistir en que ahora su modo de vida era así; sus padres lo internarían de esa manera. "Yo no quiero ir al internado", comentaba. Estaba en lo cierto, eso n o solucionaría los síntomas que tenía. En otras ocasiones me comentó que las palabras se le quedaban dilatadas en el cerebro. Estaba espantado, intuía que no le quedaba mucho, que o se quedaba o se iba. Ya no quería no drogarse, no lo distfrutaba. Le bajó la mano a todo, consumía psicoactivos con menos frecuencia y ya no era el chico animoso por tener un viaje y experimentarlo a no poder más. Ya no lo dejé solo, empecé a añorar a mi amigo, quien sabía o partiría o perdería la razón. Lo digo porque en su vista no se veía nada, y es cierto que que la vista es el reflejo fidedigno del pensamiento. Se quedaba, se extraviaba demasiado. Entonces llegó su hora. Era el festival más grande de nuestra música favorita en el país y se reforzó de ánimos a más no poder. Por eso también descubrí que tenía que partir, era su último golpe de fuerza, ese ánimo reservado solo para una ocasión especial. Se le empezó a ver feliz, frecuentó de nuevo a la gente y, junto a mí, se armó con lo más psicodélico del medio. "Será una verdadera aventura, como las de antaño", me dijo y me abrazó con mucha fuerza; sentí su calor de amigo y casi quise llorar: era la despedida. De seguro, él también lo sabía, no obstante lo ocultaba. Por lo mismo que predecía que era la última se animó así. Arrojó sus problemas a la basura, y nos mandamos con todo, efectivamente como en otrora. No tembló ni un minuto ni una sola de sus extremidades. No quiso estar atrás, como acostumbraba ahora último, con brazo en barra y joint en mano, observando; prefirió estar de nuevo en el medio, bailando. Lo vi más feliz que nunca, irradiaba vibras positivas. Chacoteamos con todos, toneamos, nos abrazamos, gritamos, saltamos. "Estamos bestia, hermano". Nos fuimos de acá, prolongamos el tiempo a la fuerza e hicimos de la fiesta mil horas, mil horas nuestras. Convertimos lásers en rayos y las visuales en el cielo, la música era el lenguaje del unvierso. La pasamos a mil. Salimos juntos, como de costumbre. Tomamos unas cervezas en el grifo porque estábamos muy locos para llegar a casa. Nos dirigmos en taxi cada uno a su casa, bueno, yo fui a ver a mi ex, estaba colmado de suceptibilidad y necesitaba el abrazo y el calor de alguien. Entonces, cuando bajó del carro, fue la útlima vez que lo vi. Al dñia siguiente me enteré de su óbito, me avisó su hermano. Lo encontraron en la cama, dormido, con una sonrisa y el rostro gélido. Era como si el "Silver Surfer" le hubiera dado un golpe en cada ojo. Igual, lucía radiante. Se fue bien, y como lo deseo, estoy seguro. Siempre quiso morir en una fiesta, lo más cercano a ello fue echarse a domrir después de la fiesta, con la opción de poder vivirla toda, y de ahí, inconcientemente, fallecer. Ahora yo lo velo, estoy embriagado de mezcal porque según creía era un estado natural del hombre, y era apropiado para estas ceremonias, donde el hombre, más que un hombre, debe ser un espíritu. Que en paz descanse, tremendo psiconauta. Ya encontrará cómo ubicarse en el ciclo, y lo sabe.

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