miércoles, 25 de junio de 2008

Paralelo. Simultáneo

Asistí a una feria que se instaló cerca a mi localidad, tenía su público y lo debía a su llamativez, quizá su certeza y las atracciones que anunciaban: hombre con pie de gigante, artista del hambre, artista del trapecio, elefantes hindús, y los comunes gitanos.

Curioso, entré. Había de todo, pero lo que más me llamó la atención fue el puesto de la gitana. Una carpa enconada, armada de seda roja detallada con figuras doradas y sostenida por palos calculadamente colocados, cumpliendo la función de columnas que desprendía el aroma de una de las más exquisitas fragancias.

En el centro, sentada en un sofa cómodo, una trigueña gitana, con un punto en el centro de la frente y ojos jaladitos, lucía sentada, llena de paz. Poseía una mirada de confianza, de experiencia pero no de sabiduría, y también una cálida sonrisa. Llevaba velos rojos, al igual que su carpa, con detalles en dorado: ondas, serpenteadas, círculos, un sinfín de formas. Alzó el rostro y me vio. Me saludó como forastero y se ofreció, sin que se lo pida, a leerme el cigarro.

-Se te ve confundido. Siéntate tranquilo, ser extraviado - me dijo - yo aclararé tus dudas.

Me senté involuntariamente a su lado. Ella prendió un cigarrillode tabaco y me ofreció a mí.

-Toma -extendió su mano - coge uno y enciéndelo. Una vez así, da tres pitadas, en cada una de ellas piensa hondamente y no botes las cenizas, cuando hayas dado las tres, dame el cigarro.

Así lo hice. Di los toques de tabaco más profundos de mi vida, tranquuilo y seguro. Al tercer toque se lo di. Así hasta que se acabó el cigarro. Cuando se lo devolvía, ella me decía cosas sobre mi vida y semia aclaraba algunos aspectos. Pero nada de lo que yo pueda creer tanto, son cosas, nada más. Pero al terminar el cigarro, botó los ripios de tabaco del filtro y miró la letra que se formó en éste:

-!Es una C! Hay una letra C - dijo alegré.

Me pareé y me fui de inmediato, desilusionado.

*****

Asistí a una feria que se instaló cerca a mi localidad, tenía su público y lo debía a su llamativez, quizá su certeza y las atracciones que anunciaban: hombre con pie de gigante, artista del hambre, artista del trapecio, elefantes hindús, y los comunes gitanos.

Curioso, entré. Había de todo, pero lo que más me llamó la atención fue el puesto de la gitana. Una carpa enconada, armada de seda roja detallada con figuras doradas y sostenida por palos calculadamente colocados, cumpliendo la función de columnas que desprendía el aroma de una de las más exquisitas fragancias.

En el centro, sentada en un sofa cómodo, una trigueña gitana, con un punto en el centro de la frente y ojos jaladitos, lucía sentada, llena de paz. Poseía una mirada de confianza, de experiencia pero no de sabiduría, y también una cálida sonrisa. Llevaba velos rojos, al igual que su carpa, con detalles en dorado: ondas, serpenteadas, círculos, un sinfín de formas. Alzó el rostro y me vio. Me saludó como forastero y se ofreció, sin que se lo pida, a leerme el cigarro.

-Se te ve confundido. Siéntate tranquilo, ser extraviado - me dijo - yo aclararé tus dudas.

Me senté involuntariamente a su lado. Ella prendió un cigarrillo de tabaco y me ofreció a mí.

-Toma -extendió su mano - coge uno y enciéndelo. Una vez así, da tres pitadas, en cada una de ellas piensa hondamente y no botes las cenizas, cuando hayas dado las tres, dame el cigarro.

Así lo hice. Di los toques de tabaco más profundos de mi vida, tranquuilo y seguro. Al tercer toque se lo di. Así hasta que se acabó el cigarro. Cuando se lo devolvía, ella me decía cosas sobre mi vida y semia aclaraba algunos aspectos. Pero nada de lo que yo pueda creer tanto, son cosas, nada más. Pero al terminar el cigarro, botó los ripios de tabaco del filtroro y miró la letra que se habñia formado en éste:

-!Es una C! Hay una letra C - dijo alegré.

Me pareé y me fui de inmediato, decepcionado.

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