viernes, 27 de junio de 2008

En busca del olvido

Entre las tantas cosas que nos contó el Mocho, estaba lo del opio. Se generó por si solo el tema, Mocho relataba una de sus tres mil historias cuando mencionó de una nueva droga que había consumido algunas veces y que aludía era más poderosa que el mismo ácido. Se trataba del opio. Discutimos del tema porque yo también concocía -aunque por libros- de esta planta enteógena. Pero, más que todo, hacía preguntas; consistía en un aceite que vendía una señora -que, para el negocio, contaba con un bandón de matones- en una provincia norteña y calurosa del país. El Tiros se animó, a pesar que él no era de viajes: prefería la tensión. Quedamos, entonces, en conseguir el aceite todopoderoso.

A mí me bastaba, había leído mucho al respecto y sabía que era considerada la "droga del olvido". Cruzaba tiempos de autoexploración. Y consideraba que en mi fuero interno creaba situaciones y comportamientos equívocos que me perjudicaban, entonces necesitba hallar el camino. El opio no me caería mal, los viajes que le atribuían indicaban que tenía el poder de ordenar el universo y comprender las iniquidades del hombre. No obstante, dejé que pasara el tiempo y llegara por sí sola, en las manos del Mocho, sabía también de su poder adictivo, y por esa característica me contuve, no era necesario tanto peligro, lo de la conversación había sido la euforia de la borrachera y otras cosas más.

De todas maneras esperaba que el Mocho sorprendiera con el aceite en uno de sus viajes al puerto norteño. Pero un día me fue mal: se derramó la gota del vaso. Un tormento, una persona, una persona inolvidable, que iba y venía, a efecto de boomerang, sin motivo certero, y que cortaba la corriente del viento de mi vida. Necesitaba olvidar para concebir la tranquilidad, así me tuvieran que extraer un pedazo del cerebro. Mi mente, hábil, me dio la solución y recordó que el opio era la droga del olvido. Necesitaba deleitarme con lo absoluto para quitar la mirada a minimidades como ella. Era la hora.

Inquieté al Tiros y viajamos a norte. Seguimos las instrucciones del Mocho, de manera que demos un paso erróneo y resultemos atacados por los matones de la portadora del icor. Fue arduo. Tres días en la ciudad y no habíamos conseeguido nada, esa señora sí que sabía mantener su mercado negro en la clandestinidad. Preguntamos hasta a los hippies de la plazuela, pero con ellos no era la cosa. Dormimos muertos de cansancio al siguiente día, esperando el nuevo resplandecer y nuevas oportunidades a nuestro alcance.

Después de una semana se nos dio la oportunidad. Nosotros nos sentábamos cerca (no tan cerca y escondidos, lejos de los ojos de los brabucones) y observábamos, esperando la oportunidad. Entonces vimos salir un viejo de pipa, sombrero, traje negro y maletín. A primera impresión supimos de dónde salía y qué llevaría en el maletín. Lo abordamos. Nos confesamos ante él. Una vez terminada nuestra explicación cogió del hombre al Tiros y dijo:

-Te comprendo, yo lo comprendo todo. Son jóvenes, están en el derecho de querer encontrar la relación de lo que nos rodea. Esta es sólo una vía, sean inteligentes o acabarán mal. Yo también busqué como ustedes, el universo y el olvido, y sé que la búsqueda está llena de vigor y de obstáculos, por eso los ayudo -se rascó la barba y nos hizo un ademán para que lo sigamos.

Nos llevó con él a una parte solitaria del camino, y ahí nos sentamos bajo el árbol. Nos platicó una que otra cosa de su vida mientras abría el maletín. Explotó un aura púrpura y vimos copiosos pomos con el mismo resplandor.

-A mí no me cuesta darle algunos de estos, pero primero los acompañaré en su búsqueda -vertió el elíxir en su pipa junto a algo de sativa y aspiró unos toques. Lo rotó a mí y luego al Tiros.

El sabor no era muy agradable. Los efectos, ligeramente inmediatos. Nos sumimos en una especie de sueño, lo miré y le pregunté:

-¿Y ahora, qué?... -me interrumpió:

-Ahora no existen las dudas, impera la coherencia.

Me sumí en un grande sueño. Estaba tirado en el césped, haciendo equis con mis brazos y mis piernas. Reía. Reía que lloraba. El sol brillaba y los pajaros se movían oblicuamente. Mi vida era una historia. La viví de nuevo. Sentí mis errores y mis logros, entendí las razones de las demás personas, era empatía pura. Me extasié con la paz del unvierso. Permanecí así durante un prolongado tiempo y seguro que mi compañero también estaba así. Olvidé mis penas, perdoné a los injuriosos.

Abrí los ojos y caían pétalos del cielo. Me senté cerca al Tiros.

-El hombre no está, -me dijo- desapareció.

Tenían razón. El gentilhombre se había ido. Junto al árbol había un pequeño bolso rojo. Lo abrimos y vimos que nos había dejado tres pomos del elíxir y una nota alentándonos a encontrar lo que buscamos y, una vez encontrado lo perdido, no vayamos más allá. Así, también, nos aconsejaba respeto y prudencia, porque nada era peor que la fueria de la naturaleza y la indecisión del ego. Como nos sentíamos cansados, dormimos esa noche bajo el árbol y bajo algunos efectos del opio, aún. Nos sentíamos bien, fue una buena experiencia. A la maána siguiente despertamos, cogimos el bolso y prometimos cumplir las pautas del caballero.

Caminamos, y así pasó mucho tiempo. Comprendimos muchas cosas, y cuando ésto sucedió retomamos nuestro camino, tranquilos y experimentados. Y con el recuerdo en el olvido, que para mí fue lo mejor.



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