lunes, 18 de agosto de 2008

No hay más café

Una tarde, mientras bebíamos café en Miraflores, me preguntó:

-¿Has leído mis publicaciones en "La Prensa"? - se miró al espejo, tan asustancialmente como solía, de reojo y apagó el cigarro.

-No - respondí frescamente. No tenía por qué hacerlo, es cierto que después de tres años de separación nos seguíamos viendo, pero eso no me incluía deberes hacia ella.

Yo escribía hace más de un año en la sección cultural de "El Metropolitano", donde tenía una columna dedicada a cuentos breves, series de cuentos, y apreciaciones sobre algunos eventos culturales que acontecían en la ciudad. Comencé discretamente, sin mucho alardeo,y ahora mi trabajao daba frutos. Me iba bien, había obtenido el respeto de mis compañeros, la confianza de los jefes, y el entusiasmo de mis lectores, a pesar de las diferencias tan marcadas que tenía, eso no resultó un inconveniente; Lima parecía estar madurando. Sin embargo, que te vaya bien en lo laboral no va a la par de lo personal, y ahí sí me veía en desventaja. Tenía un trabajo acomodado y que me agradaba y status, pero no tenía a la mujer que deseaba. Aunque ese deseo dejó de ser la obstinación que fue cuando joven, era una espina que no me podía sacar.

Nunca pude separarme y por eso me conformaba ccon verla de vez en cuando y permitirme recibir las sobras de lo que daba a los demás. Muy pocas veces todo salía bien (eso no significa que todo salía mal, obviamente) en nuestras citas, ella había perdido el ánimo de todo conmigo, ya no permitía que fluya nuestro fuego, ponía trabas y se rehusaba a todo (qué gusto guarda una mujer esquiva?), sus actos demostraban todo lo contrario a sus palabras, ninguno de sus hechos era concreto, todo era ficticio, le encantaba la confusión. A pesar de eso ya no era tan estúpidacomo antes, había madurado un poco y si era fastidioso debatir con ella por su limitada perspectiva unipersonal y su inmensa mundanidad, en alguna ocasión se podía sacar algo positivo; que generalmente era una razón más para interrogarme qué hacía ahí, frente a ella. Me limitaba a verla, no a leerla ni a escucharla. Es que nunca dejé de tenerla como una mentirosa o una fingida, no confiaba en lo que realizaba, comportamientos dirigidos para causar determinada reacción deseada por ella (manipulación) mas que la exposición de una idea obtenida o la manifestación de un sentimiento verdadero. Entonces todo proveniente de ella era falso, un simple amago contra la realidad, incluso sus lágrimas, que no dejaron de faltar en muchas de nuestras veladas y que horas después parecían no haber existidoo ser tan vanas y nefastas que no dejaron huella.

-¿Por qué? - limpió con mi polo sus gafas y se las colocó de nuevo, se le veía tan linda...

Casi todos los actos que hizo eran las sombras de los míos. Por eso mismo se animó a escribir también en un periódico, además de que le servía para que no le pierda huella. Eso era importante: se rehusaba a mí, no obstante siempre me quería a sus pies. Era una buena coartada, pero en esa no caí. Supe del asunto desde el primer momento y aun así no me intrigué.

Intuí (certera o fallidamente, no lo sé) eran bombas indirectas a mi persona, no había problema, me sentía capaz de dejarlo así, sin comprobar.

-No sé, tienes un estilo muy diferente al mío - me paré de la silla y ofrecí mi mano para que se pare de la suya, si tan sólo supiera leer el pensamiento...


1 comentario:

Bicho de Ciudad dijo...

sin pretensiones de ampliar la amistad, tu línea narrativa me agrada. La voz en off en primera persona. La pendejada del antihéroe y los finales de caminata que no doblan en la esquina siguiente