jueves, 28 de agosto de 2008

La Fachada


Cuando me mudé a este barrio, confíe en el talento de sus habitantes. Pensé que era lo que con la vista representaba. Bares, centros culturales, espectáculos nocturnos, teatros, escuelas... varios locales dedicados al arte en su totalidad, desde pintura hasta escritos atravesando por la música. Yo necesitaba pintar mi nueva casa, ya que el color de la fachada y de los interiores no era de mi agrado. Esto se debía, deduje yo, a que antes vivía ahí una abuela tejedora. Para ese trabajo tuve que consultar con el pintor más reconocido del lugar (todos hablaban de él), lo llevé a casa y le di las instrucciones:

-Píntala (la fachada) lo más psicodélica que se pueda - y me retiré a mi alcoba, a descansar o a terminar algunos detalles.

Antes de la caída del sol desperté de la siesta, calculé que ya haía transcurrido lo suficiente como para que el trabajo ande a la mitad. Saludé al pintor por la ventana y salí a ver la fachada.

-Nunca he visto nada tan poco original - exclamé. Acto seguido, lo despedí.

El sujeto había pintado cuadrados en escala de grises... ¿Qué puta concepción tendría tal individuo de psicodelia? Qué tío para más pasta, concluí y regresé a dormir, exhausto por ese desplante. Fue un sueño inquieto el de esa noche, estaba preocupado por mi pared, soñaba en gris: el cielo era gris; las calles, gris; las personas, gris; me hacía recordar una ciudad que se llamaba Lima, situada en un país tercermundista de sudamérica.

A la mañana siguiente pasé en carro por todos los complejos deportivos del barrio y recluté a un joven que pintaba un partido callejero. Quise engañarme que el sí tenía imaginación, y previa conversación, lo recluté. El afirmó todas mis preguntas, incluso, con ánimo, me dijo que dejaría de mi pared una obra de arte.

Al igual que con el anterior pintor, me metí a la casa y lo dejé trabajar. Esa era mi concepción del trabajo (y también de la vida): libre. De pequeño mi padre me presionaba mucho con mis tares, lo cual no me agradaba y producía malos resultados, así que yo ya sabía cómo se debía trabajar perfectamente. Sin embargo, le dejé otra vez el mensaje: "Lo más psicodélico que puedas", cerré la puerta y me metí.

En casa estuve conversando con mis parientes y amigos de mi antiguo pueblo, y comentaba emocionado que estaban terminando mi fachada, y que cuanod ésta esté concluida, procedería, el artista, a terminar los interiores. Tenía en mente una locura de casa, mis expectativas eran gigantes. Luego de tanto hablar y hablar las orejas ya estaban rojas, lo mismo que el cielo con la nueva caída del sol, así que decidí salir a aguaitar cómo iba la cosa. Oh no, otra decepcdión: un gigante arcoiris. ¿Esa forma oblicua de siete colores sería mi fachada? Jamás. Noté mi descontento rápidamente, di un sencillo al joven, que por lo menos había sido más desbordante en imaginación, y me retiré al cuarto de mal humor. Dos días, y nada.

Llegada la noche fui a un bar cercano, pedí unos gramos de maldita y refleccioné sentado, con pipa en mano. Conversé con la mujer del mostrador, quien era muy amable. Le conté sobre el problema que tenía y ella me dio esperanzas. Ella también pintaba, y se podía hacer cargo de mi fachada. Conversando y conversando nos encontramos muchas coincidencias, y entre maldita y risas, congeniamos muy bien. Pasé la noche con ella, en mi casa. Sorprendentemente, confirmó que esa casa perteneció a una abuela tejedora, no puede evitar la risa ni el suave contacto con su cuerpo.

Echado, con ella a mi lado, no pude concebir el sueño pensando si esa chica realmente dejaría bien mi fachada, o si sería otra apariencia engañosa más de este pueblo...

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