martes, 21 de octubre de 2008

Fiebre de Sábado por la Noche ("Come with us")

Ese sábado planeó hacer nada, los dos últimos fines de semana habían cubierto el apetito de su cerebro y le habían pedido un pequeño receso, por eso hoy lo dejaría descansar. Salió temprano de su casa, ya que el solcito asomó con fuerza y so lo animó. Cargaba en su bolsilo un bondadoso cops, producto de una inversión rápida e inteligente, de esas que desearía jamás dejar de hacer; estaba sobrado. Luego de estar en la casa de Fer, a las ocho, se dirigió al lugar que pensó serúia su última parada, la casa de su amiga Danitza. Era una sorpresa, hace tiempo que no la visitaba y quería impresionar con su presencia. Tocó el timbre y esperó en la puerta.

-¿Quién? -preguntó Orlando asomándose por la ventana de su cuarto, en el segundo piso- Ah, eres tú. ¡Daniiiitzaaa te buscan!

Continuó parado, tratando de recordar si la casa de la tñia de Alfonso era la rosada de la derecha o la verde de al frente, hasta que Danitza abrió.

-Hola, amiguito. ¿Cómo estás? -le dio un cálido abrazo- hace tiempo que no se te ve por acá.

-He estado en otras cosas, estudiando y dándole a los fierros -sonríe-; por fin me matriculé.


-Vaya... no te quieres quedar atrás. Ven, pasa al cuarto.

La misma luz amarilla tenue de siempre alumbra la sala, que termina donde comienzan las escaleras que ellos suben sin cautela; Danitza va de primera y le avisa a sus padres de la llegada de Ramiro. Empuja la puerta de su cuarto, dejando escapar el olor café que tiene la marihuana quemada.

-Yo también tengo -dice Ramiro. Ve a un sujeto sentado en el extramo de la cama.

-Te presento a Chito -dice señalando al tipo-; Ramiro, Chito. Chito, Ramiro.

Cambian unas palabras. Ramiro nota algo raro en él. Cuando le estrechó la mano estaba sudorosa, así como su respiración brusca y agitada.

-Estamos esnifando rol -Danitza enseña un papel lleno de polvo amarillo y lo ofrece- ¿Quieres?


-Bueno -dijo sin dudarlo y metió sus buenos arañazos- ¿Nunca cambias, no?


El panorama le cambió un poco, se sirvió un trago de whiskey y empezó a liar un joint.

-Para que la suba -le dijo a Chito, tratando de entablar conversación.

Danitza se sintió un poco incómoda y le dijo a Ramiro lo que tarde o temprano, por más que dilate el tiempo, le iba a tener que decir:

-Ramiro -dudó dónde fijar la mirada- por si acaso yo ya estoy de salida, me voy a un tono en Rinconada.

Quedó atónito. "De saberlo no hubiera peñizcado ni mierda". Sentía que había sido sólo para despistarlo, pero no importaba, total, esos dos peñizcazos no eran nada. Aunque cuando lo pensó bien reaccionó: era sábado y él era el anormal y aburrido que no quería salir a ningún lado por querer quedarse tranquilo, fumanchando.

-Bróder, yo me quedo -dijo Chito- fácil hacemos algo por ahí.

Ramiro afirmó. Siguieron tomando. Cruzaron más palabras y descubrieron que tenían algunas coincidencias: música, conocidos de barrio, aventuras en los mismos bares. Se enteró que lo que le invitó Danitza era de Chito y no de ella, pensó en la posibilidad de que este compañero de su amiga esté más cargado. Pasó la lengua por los labios. Habló con Danitza, que no dejaba de alistarse cuasi maníaticamente; ya se había probado diferentes sweatters pero por ninguno se decidía. Al final se quedó con uno verde que iba en perfecto juego con su jean rosado bien apretado y las zapatillas Converse del mismo color, había dado con la combinación exacta. Danitza intentó convencerlos para que también vayan al privado, pero para Ramira no había forma, era "muy lejos".

-Pucha, yo sólo he salido a loquear un rato -se excusó- pasé a visitarte porque tiempo que no lo hacía, al menos si fuese por acá...

Ella lo aceptó, pero bajo una condición: que el próximo fin hagan algo juntos. Él accedió.

-Entonces ya vamos saliendo -cogió su cartera.

Chito se paró con inmensa pereza de la cama y secó su vaso de un sorbo largo. El la puerta, junto a Ramiro, se despidió también de su amiga tambaleándo de un lado a otro, no lo podía evitar. Miró a Ramiro y le preguntó:

-Y ahora, ¿qué hacemos?

Ramiro no tenía muchas ganas de hacer algo, es más, recordó que había planeado no hacer nada. Además esos peñizcazos ya le habían bajado y ahora sólo quería fumar y conversar. Pero sabía que su compañero estaba en otro tipo de estado y eso lo inquietaba porque así como estaba de seguro que no pensaba en irse a su casita o en estar tranquilo por un rato. Se ponía en su lugar y lo comprendía, así que trató de decírselo de la mejor manera.

-Bróder... -interrumpió su celular- un toque, me están llamando. Contestó. Leonardo estaba al otro lado de la línea, le tenía que decir algo importante: había un privado en la casa de Esteban y había trago y flaquitas ricas, que su pata no importaba, que vayan nomás.

-Habla, vamos a un privado en Surco -le dijo a Chito.

Chito aceptó sin rodeos, la cabeza le dolía de tanta presión y lo mejor que podía pasarle era que tenga que meterse a cualquier lugar que tenga música y que la entrada sea gratis. Tomaron un taxi, recién el tercero en parar les cobró "lo justo". El carro pasó por el óvalo Higuereta y continuó por la derecha, doblando para la Castellana y enrrumbándose para la Capullana. Cuando ya estaban a cuatro cuadras, Chito habló:

-Mira -metió la mano a la casaca y sacó un frasquito que en su base tenía un poco de líquido.

-¿Qué es eso? -preguntó intrigado y con los ojos que se le salían. Las cosas cambiaban, y mira qué rápido. Era un sábado de sorpresas.

Chito respondió con tres consonantes que cuando se juntaban en el debido orden signficaban caos e intensidad: la décimo segunda, la vigésima y la cuarta. Ramiro abrió la boca como puta y dijo desde lo más profundo de su ser:

-¡INVÍTAME ESO!

El taxi se estacionó frente al Chifa, en la esquina de la Iglesia. Pagaron exacto y a medias, bajaron del carro, acomodaron sus billetes y se dirigieron donde Esteban.

-¡Por favor men! -insistió Ramiro.

-Ya, estpa bien, pero sólo tengo esto -mostró bien el frasco; en el poto, bien inclinado, se veían un par de gotas- pero hay que conseguir agua.

Ramiro aceleró el paso hasta la casa de su amigo, cuando llegó presentó a su compañía al grupo y cogió un vaso de whiskey que estaba suelto.

-Acá está -lo entregó.

Chito preguntó por un lugar más caleta. Ahí sacó el frasco y vertió el contenido en el vaso, a continuación dioo un sorbo y dejó lo demás para Ramiro, quien se lo llevó a la boca mismo sediento en el desierto. Una vez más, había cambiado la perspectiva. Sintió el sabor correr por sus agallas, así como el calor trepar para la cabeza y la presión a su sonrisa. Caminó en búsqueda de su grupo. Los encontró en el patio, apoyados en la mampara que separaba éste de la sala de visitas, al costado de la pisicina que estaba vacía porque todavía no era la temporada.

-¿En qué estás?

-Dos gotas -todos lo miraron asombrados.

Darío, el más experimentado del grupo y el encargado de infundir las nuevas ideas, posó su palma sobre el hombro de Ramiro y le deseó "buen viaje".

-Quédate acá, hay mucha gente -advirtió, por la cantidad de gente y sus karmas concentrados en la atmósfera. Sabía que su compañero estaba expuesto.

Mientras, Chito se concentraba en las paredes, en el suelo, y en todo lo que no se movía. lo agobió el ambiente, el no conocer a nadie, se dio la vuelta y sin que nadie lo sepa se fue. Ramiro estaba sólo en el viaje ahora. Se separó un rato de su grupo, una antojadiza curiosidad lo motivaba a darle un vistazo a la fiesta. Rondó por los cuatro ambientes y se quedó un rato en la sala, donde estaba la cabina del Dj, cerró los ojos y viajó por los colores de la música que sonaba, cerró el puño y lo agitó de arriba a abajo. Una presencia le dio frío. Abrió los ojos y vio un par de chicas, hermanas en apariencia. Le llamó la atención la más pequeña de estatura, y probablemente también de edad, teniendo en cuenta los rasgos faciales, le intrigó su edad. La menor, que sentía que la miraban, buscó los ojos observadores. Ramiro no aguantó mucho el contacto visual y salió de nuevo al patio a juntarse con su grupete. Estaban enrroillando, aportó con un par de carnecitas bien pulposas, ver la cantidad de jah que tenía le producía satisfacción, la cual se resumía en la sonrisa que lucía. Sintió su risa... y el eco de su risa en su cabeza, y el eco del eco, y el eco del eco del eco, perdidos en su demente cabeza.

-Cuéntame tu viaje, a ver -le preguntó Darío.

Ramiro le contó las sensaciones iniciales y se detuvo en la historia de las hermanas de la cabina del Dj. Al contarlo lo pensó con tanta fuerza que a los segundos las vio pasar por el patio, donde se acercaron a la mesa para servirse otro vaso.

-Mira a ese par de tías -dijo señalándolas con discreción- la más pequeña es de la que te hablaba.

-La mayor es mi ex, yo las conozco. La menor se llama Pía, son un par de joyas, de aquellas.

"Pía", almacenó su cabeza en un lugar seguro, no quería que se extraviara. Un par de flashes atravesaron su vista. Cambió el tema de conversación. Conversaba con Darío lo de los rayos lásers. Intercambiaron experiencias. Ramiro comenzaba a hablar a mil, como una máquina que tipea oraciones automáticamente; su amigo, tranquilo y sosteniendo su vaso con seguridad veía como se le deformaba el rostro, como los ojos se le achicaban y agrandaban gradualmente, como se envilecían, como su risa sonaba más frágil y similar a la de un niño, como penetraba en su pensamiento, traspasando el pasado, el presente y el futuro, convirtiéndolos en un sólo tiempo: un tiempo inexistente. Él no percibía estos cambios, estaba concentrado analizando a Pía. No era el color de cabello, no era la simpática cola, no eran las pequeñas y formadas balas de su pecho ni el abultado trasero, era.... su aura. En cada uno de los movimientos de ella sentía la energía que descargaba y captaba la libertad de sus brazos y piernas. Iba para adelante y para atrás, sin control, dejándose llevar. "Es una locaza". Hacía rato que él también bailaba, pero no se percató. La chica habló con varios sujetos pero parecía que a ninguno se acomodaba, ya que les daba bola un toque y de ahí los dejaba solos, ellos la perseguían como huelepedos. "Arrechitos". Las chispas estaban de moda en su campo visual, se habían instalado en su cerebro y pensaban ahí quedarse. La cerveza se terminó en su grupo, así que fue a la mesa y cogió otra, era un pretexto para acercarse a Pía, que estaba ahí. La tropezó suave.

-Disculpa -le dijo.

-No hay problema -respondió él- pero, ¿Cómo te llamas?

-Un gusto -cogió un vaso- ¿quieres que te sirva?

Aceptó. Le sirvió primero a la dama y luego se sirvió para sí mismo. Empezaron la conversación. Se contaron cómo habían llegado allí, a la casa de Esteban, pero al momento la hermana la llamó y ella tuvo que, después de pedir "permiso", irse. Ramiro no le tomó mucha importancia a esto, lo más importante ya lo había concluido: dar el primer paso. Además ya estaba bien colocado y no quería bajar por sentirse huevón persiguiéndola como los demás. Si algo se tenía que dar, no tenía por qué forzarlo, las cosas vienen por sí solas y caen por su propio peso. La velocidad de su pensamiento que escudriñaba escrupulosamente todo lo que veía lo abstrajo, excuyéndolo de la conversación. Los otros se reían, adivinando la etapa en que se encontraba el pequeño saltamontes pegado a los papeles y las gotas de Ramiro.

-Ya dibujaste tu círculo -dijo Darío, refiriéndose al círculo que todos trazamos cuando bailamos, ese círculo que es de nuestra propiedad, espacio inviolable. Ramiro río, lo sabía.

-Sí, jajaja -señaló a Pía- eso también me atraía de ella. Mira la confianza que se tiene, mira que bien que ha dibujado su círculo, no deja que nadie se inmiscuya en éste. Es una capa.

Darío notó que cuando pensó que Ramiro estaba concentrado en su psiquis realemente estaba fijándose en Pía, entonces decidió contarle más. Le dijo que las dos hermanas habían sido bien freakys de jóvenes, que también les gustaba harto el trip y que recontra roleaban en los tonos, pero que ahora, después de tiempo practicando ayahuasca, se habían calmado y consumían ácidos en pocas ocasiones, siendo su viaje favorito el del mezcal. Para Ramiro todo se aclaró, esa vibra que desprendía Pía la conocía y ahora la reconocía, miró el cielo y vio la luna llena. Estaban en un verdadero viaje. Estaban en el ritual de la muerte. Que a ella también le agrade el pedro despertó un interés que no tenía previamente. La vio para certificarse y sí, lo sentía, lo precibía. Pensó, otra vez, con tanta fuerza, que su aura atrajo al aura de ella.

-Qué bien bailas -le dijo, y se colocó en su delante.

Ramiro eliminó el pensamiento y ahora era pura acción. la enredó en sus brazos, sin importarle que la hermana mayor lo estuviese viendo con mala cara, sin importarle que creyera que sólo se quería, como todos los hombres, hacer a su hermana menor, porque eso había escuchado hace rato, cuando se alejó de ella en la mesa. Hizo que sus ojos choquen, que ambos se penetren con la mirada hasta lo más hondo de sus personalidades. Quemaban.

-Ahora estás en mi círculo -y advirtió-: a ver sí puedes salir. Muy al contrario de lo que pensó, escuchó:

-JA. Eso esta por verse.

Una protuberancia salió de su jean. La respuesta lo samaqueó como un maremoto japonés, supo que esa mujer era más de lo que esperaba, que estaba superando sus expectativas y que probablemente iba a aprender algo positivo de este encuentro. Sin embargo, intuyó que la máxima lección la iba a dar él, ahora lo iban a conocer bien. La apretó de la cintura e hizo caso omiso a la mala vibra que sintió de al fondo, de la mesa, de la hermana mayor, esa maldita perra que no hacía más que tratar de intimidarlo, pero eso no iba a pasar, su conspiración no iba a dar frutos, él sería el único, junto a la chica esa, Pía, por supuesto, ganador. Se movieron, rosándose ambos cuerpos, juntando electrones, produciendo chispas, creando electricidad en un circuito circular. Sonrisas retadoras y miradas provocativas.

-Yo tampoco me voy a quedar atrás -pensaron empaticamente.

La luna ya había decidido todo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

increible

Anónimo dijo...

Wenaaaaa Ramirooo!!! ...

super la historia! me dejo enganxadisimaaaaa!