lunes, 20 de octubre de 2008

El llamado

Bajó en la cuadra ocho de la avenida Arequipa, frente al paradero donde siempre tomaba la combi, casi siempre de noche, de regreso a casa. La ruta por la que llegó no era la que solía tomar cuando iba ahí, porque el tránsito por la Arequipa era tedioso y resultaba más rápido ir por la vía expresa, pero la vía expresa estaba clausurada por la construcción del Metropolitano que no tiene cuando terminar y y a pues, no le quedó de otra. Ni por la cabeza se le cruzó en todo est e tiempo que algún día volvería a ese lugar, a toda esa zona que tenía algo más subjetivo que edificios y personas, pero la vida trae sorpresas y esta era una de esas. Caminó por la acera del parque del agua, la sensación del pasado se distraía en las multicolores caídas de agua, obras del reciente edil, era una buena obra y un buen espectáculo. Cruzó por las otras academias, las que se dedicaban a otras universidades, y por las tiendas donde iban a comprar cigarros o besos de moza, hasta que llegó a ver aquel lugar. Estaba muy diferente. Las rejas ya no existían a primera impresión porque habían sido reemplazadas por una estructura grande de vidrio. Había evolucionado la jaula. La puerta ya no estaba vigilada por Marlón, le intrigó el desde cuándo estaría ese rechoncho sujeto. No entró, era muy temprano para hacerlo (en tiempo de impresiones y no en tiempo cronológico; en este último, ya era tarde). Dio un par de vueltas al pedazo de manzana que ocupaba el recinto y se quedó observando algunos detalles. Primero estaba la ventana por donde se escapó una vez incitado por Lechuga, su amiga a la que siempre le habalaba él parado y ella sentada, porque ella siempre iba con escote y él tenía que estar a "la altura" para poder apreciarlo. Intentó recordar porqué le decían "Lechuga" pero a la memoria se le hizo muy difícil y abortó la misión, tal vez otro estímulo del lugar despertaría ese recuerdo. Más allá estaba el comedor, ahora reducido a escombros, tal vez por una refracción del lugar. Le hubiese gustado encontrarlo tal como lo dejó, con tantas cosas que se vivían en el comedor, entre almuerzos y tareas, de hecho había mucho por resucitar de las lagunas. Ahí estaba de nuevo, pues, en el sitio donde estuvo hace tres años. Es sorprendente como la vida te regresa a los mismos lugares, aunque no siempre bajo las mismas circunstacias, como le ocurría en esta ocasión a nuestro personaje. Ese recinto al que nunca había querido regresar porque representaba una época esclavizante de su vida. Estar metido ahí de ocho a ocho (muchas veces, infinitas veces, casi siempre porque nunca terminaba los ejercicios de matemática)... nunca lo iba a olvidar. En general, la incomodidad venía por la nostalgia. Conoció muchos amigos, la mayoría de los cuales le tenían mucho afecto y respeto. Allío aprendió a tolerar a todos sin discriminar a nadie por la raza o por el status, ahí comprendió que todos, en nuestro fuero interno, somos grandes personas, llenas de una capacidad inigualable de compartir. Tuvo un gran amigo, con quin siempre bromeaba en conquistar el mundo. Y tenían sus fanáticas... eran populares irrebatiblemente. Allí también dejó un amor inconcluso, una ilusión. De ahí partía, quizá, el trago amargo que circulaba por su esófago cuando veía ese lugar, era la revancha de no haber podido concluir algo que él quizo que se dé, una batalla que lo hizo perder la guerra, retirarse del campo de batalla, huir del enemigo. Algo no muy fácil para alguien de orgullo intacto. Esa chica, que jamás quiso ser su amiga otra vez ni regresarse en la misma combi con él... Tantas pesadillas empezó a tener con su centro de estudios que fue una suerte abordar el intento suicida a la universidad particular y abordar la nave de las simples universidades particulares. Chau Pamer, ese fue el final. "Fue". Ahora había un nuevo inicio, por eso estaba allí, parado frente a la fachada, dcispuesto a enfrentar el reto y comenzar un nuevo ciclo, en ese mismo lugar. La vida, quizá, le había concedido su revancha: estaba allí, para enmendarse con el pasado y no dejar nada inconcluso. Así no pensó cuandop leyó por primera vez la carta de invitación de la academia a formar parte del docente, ya sea como profesor o tutor, porque ¿qué se podía esperar de un sujeto más despreocupado que el carajo? ¿Tutor, y llevar en la espalda el destino de muchos, no estudiantes sino sujetos esperanzados en conseguir un fin? Era difícil... quién alienta sin tener el aliento? Y ahí fue cuando se detuvo. Él sí tenía el aliento. ¿Acaso algún día no quiso revolucionar el mundo, cambiarlo a su forma postiva? La enseñanza era una manera de impartir ideas, y él tenía muchas que dar. Ya no tenía 15, 16, 18, tenía 20, y tenía una misión: cumplir el llamado de su destino. Entonces se decidió y lleno de resolución, pasó el umbral de la puerta y sin asco se adentró en el reciento, un gran olor, olor a recuerdo lo atacó, pero no se dejó vencer y siguió, con paso firme, como todo hombre que sabe que los pies están en el piso.

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