sábado, 6 de septiembre de 2008

Misterios de una habitación

Mi cuarto para desordenado, sin embargo esto no implica que se me pierdan las cosas: entiendo muy bien mi caos. Pero en la última semana se me han perdido varias cosas y sin dejar indicio alguno. Esta situación me preocupa porque, además, mi cuarto es un espacio pequeño, cabe el colchón de la cama (sin tarima, porque me gusta sentirme roots, un escritorio y un ropero; está el closet, donde la ropa cuelga de ganchos y no hay ningún cajón, paradójicamente, un televisor en el suelo, para seguir la onda roots; entonces las cosas solo se pueden extraviar en un lugar: en el desorden de mis escritos, de mis planes de escritos, de mis escritos a medias, y de mis abortos de escritos, y de mi ropa sucia. Pero ahí no estaban ni mis dos paquetes de rislas, ni el lápicero tinta indeleble, ni la tapa de mi frasco para guardar la jah ni mi cuento dedicado a maría. ¿Dónde estaban? Mis paredes no me lo querían contar. Pasé dos días perturbado, y al tercero, que es el definitivo, luego de buscar por todos lados, decidí ir más allá. Empujé todos los aparatos de mi cuarto; bajo ninguno estaba. Se me prendió el foquito y se deshizo la flojera y moví, entonces, muy desconfiado, el colchón, el lugar donde siempre reposaba. La sorpresa que me llevé al arrimarlo fue desmesurada. Me encontré con un inmenso hojo negro ¡Justo debajo de mi cama! ¡De mi aposento! Un hoyo negro donde flotaban, entre ese aire frío, todos los objetos que se me extraviaron.


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