martes, 27 de mayo de 2008

Easy comes. Easy goes.

Una vez, caminando por la calle, se acercó una chica y me preguntó:

-¿Cuál es tu nombre?

-Leonardo Stone - respondí.

-¿Es cierto? -y añadió-: ¿Y qué haces por la vida?

-Modo Vivendus: psicodélico -contesté irónica y verdaderamente. Ella sonrió.

Nos dimos la mano y a una cuadra ya nos habíamos besado al menos tres veces. A las dos horas, terminaba nuestra primera revolcada de cama en un hostal no tan agradable.

Yo no era adinerado, tenía un poder adquisitivo medio, pero mi ritmo de vida requería de un poco más para ir a la par con mi realidad, sin embargo las épocas eran las épocas y no siempre había que tener dinero propio para divertirse. Pero de todas maneras, cada cierto tiempo me metía a trabajar (como para mantener). Pero no eran trabajos formales: vendedor de vinilos en tiendas de rock, almacenero en la bodega más concurrida de la localidad, ayudante de contabilidad del padre de una ex-enamorada, , y más ocupaciones que demostraban que sólo había terminado la secundaria, que la había respudiado y le había restado importancia, y que ahora vivía, bajó la óptica general, mediocremente. Pero ellos no sabían que la cosa era fácil: yo era frugal, y listo.

Es la historia de un joven cualquiera de los años setenta. El boom del hippismo ha estallado con sus flores y colores (y las grandes olas de libertinaje, comentaban los adultos) y la adolescencia ha sido cautivada (entre ellos, yo!). Los jóvenes se sienten atraídos por esa libertad, por esa frugalidad, por esa simpleza para llevar la vida, y además, a esto se syma que lo tomaban como un escape a décadas anteriores, cuando la represión los cohibía y la manifestación pública se vio sesgada.

Entonces no me preocupaba de nada. Tomaba los empleos que se me presentaban, hacía dinero por dos o tres mese, y, aburrido, los abandonaba. Nada de eso me importaba -para variar- , pues me divertía a mil. Insisto en que la clave de mi vida era: modo vivendus: psicodélico; línea de pensamiento: frugal.

A ella tampoco le interesaba: tenía la misma rutina que yo. Había sido repetidas veces mesera de restoranes o cafeterías de la ciudad o niñera de hijos de sus vecinos. Sus padres tenían más dinero que mi familia, no en gran parte, pero en lo justo. Sin embargo, eran más rígidos y estrictos de carácter, y no apoyaban las costumbres "rebeldes" que ella tenía -una de las razones por las cuales yo detestaba un poco al cabeza de bólido de su padre bigotón maldito, pero eso no era motivo de peleas dentro de nuestra relación-. Ella no les tomaba atención y por eso mismo trabajaba, ya que dejaba de su sueldo para la casa y así justificaba sus actos.


Nos caímos a la perfección. Claro que después del sexo, porque antes de eso yo ni sabía mi nombre, y ella a las justas sabía el mío. Pues sólo nos habíamos visto y habíamos deducido nuestras conductas y por diversión y atracción, seguimos fiel e inescrupolosamente nuestros instintos. Quizá la sesión en aquel hostalillo fue tan buena, ardua, sudorosa, placentera, cochina, que permitió la conversación tan fluida que nos hizo conocernos.


Así nos conocimos. Salimos y viajamos juntos a muchos conciertos. En muchos de ellos entragamos gran parte de nosotros, y creo que hasta mucha euforia se quedó en esos lugares, como almas que penan, pero que penan para bien. Nos divertíamos locamente. Nuestro destino era incierto, porsupuesto, pero, como ya lo he dicho, eso no nos importaba. Lo importante era el presente, y lo esábamos pasando bien.

Pero como todo lo que fácil viene, fácil se va, en determinado momento nuestras vidas se bifurcaron. No fue por peleas ni nada similar, simplemente, como sucede con las cosas del universo, había culminado nuestro ciclo. Me apenó bastante la manera como se fue, y por eso mismo creía que se había acabado el ciclo: ella había resquebrajado el círculo. Creía (tiempo pasado) que nada tenía final. Obviamente, hay cosas que no lo tienen, pero nosotros no fuimos parte de esa excepción.

Continué mi modo vivendus: experimenté cada vez con más cosas, pero nunca me sentí igual en ninguno de los viajes. Lo hice -las experimentaciones-, durante un tiempo para olvidar, pero luego volvió, simplemente, a ser parte de mi rutina.

Es una historia breve de mi vida, de mi vida breve en cuanto a momentos pero no en cuanto a tiempo, si no mírame: aquí, sentado en una mecedora para pasar mi vejez, viendo la puesta del sol y el ocaso, recordando. Casi siempre me gana la nostalgia, mas no me derrota. Recuerdo alegremente y por eso me pongo melancólico, porque sé que ya lo único que me queda por vivir es la muerte. Mientras tanto, fumo de la pipa, y me sigo meciendo.

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