miércoles, 3 de octubre de 2007

El Imperio de los Árboles


El mundo está lleno en su tercera parte de agua; y el resto, de tierra. En aquel pedazo que queda excento de agua habitan diferentes especies de seres vivos. Entre ellos destacan los humanos, quienes rápidamente se hicieron de más terrenos y fueron así ocupando la tierra, adelantándosele a otra raza, una más sabia y sigilosa, y aprovechando que su biotipo fue evolucionando hasta adaptarse a las condiciones necesarias. Fue así como el hombre fue ganando terreno en el planeta, pensando que estaban solos y que todo lo que existía era para ellos, sin darse cuenta que paralelamente a su desarrollo la otra especie, guardando silencio, solo miraba y lamentaba la caída de sus congéneres (producida por los humanos), esperando el momento preciso para levantarse y hacerse del poder, y no de la venganza, porque quien posee sabiduría no cae en la perversión de la revancha. Entonces dejaron que los humanos se desarrollen y, es más, se hicieron los de la vista gorda cuando miles de compañeros fueron talados para que los humanos puedan -egoístamente- asentarse de lo que creían únicamente suyo. Pero ya no podían más y sabían que era la hora de la gran revolución... los árboles más grandes, los que habitaron primero el planeta, serían los próceres del "gran sueño", ya que eran los que, además de poseer más inteligencia, tenían los pies (sus raíces) más cerca de la superficie de la tierra -de donde se veían encadenados. Ocurió así que de un día para otro, sin aviso previo, los árboles mayores levantaron sus raíces y, quebrando veredas o dividiendo parques, los utilizaron como pies y comenzaron lo que ahora se denomina "El Periodo de la Invasión". No hubo un solo árbol que no se levantara de su monótona posición para realizar su sueño, y es que ver a los más vetustos desprenderse para coger lo suyo los infundió de ánimos y los hizo entrar en razón: los humanos no tendrían el planeta tierra jamás. Fue un fenómeno sorprendente, en ningun lugar de la tierra los humanos podían creer lo que veían a través del televisor que en la era de los árboles no equivaldría más que a basura: árboles sin rostro -porque no poseen rostro- caminar por todos lados y pisar lo que se les venía en paso, para luego seguir y seguir, hasta acabar con todo lo que el humano haya hecho para su bienestar, pero para el malestar de la tierra y, de sus verdaderos dueños, los árboles.

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