viernes, 19 de febrero de 2010

La vida continúa (Life Goes On)

-¿Y no le dijiste nada?
-No.

Está sentado en una banca en la misma avenida, cerca a su trabajo. Ha llegado unos minutos antes y se toma su tiempo para fumar un cigarrillo antes de entrar. Ve por la pista cruzar al personaje que lleva el corte y la musculatura del Soldado Universal. Lo reconoce en un instante, sabe quién es, no puede olvidarlo. Paulo, de cabello hirsuto, corte militar y gestos rudos, se le acerca y lo saluda. -¿Cómo estás, bróder? -Bien, ¿y tú? -También, y terminaste esa huevada? -No, me salí. Paulo mueve la cabeza, vuelve a hablar: -¿Y, ya la cagaste? -No, miente Román, estoy tranquilo, alza la mano, muestra el cigarro, fumo mis cigarritos nomás. -Está bien, le responde Paulo, yo estoy metiéndome mis wiros. -¿Osea que ya no vas a Surco? -No, con qué cara voy a ir, un día me pegué una trancaza y nunca más regresé. Ya no pienso regresar nicagando, la vida continúa. Estoy haciendo harto deporte. -Manya, está bien. -Sí, bueno bróder, nos vemos, voy avanzando, un gusto. Se estrechan la mano y cada uno vuelve la mirada a su lugar. Román da las útlimas pitadas a la colilla y se prepara para ingresar al trabajo, algo consternado.

-Pero le pudiste decir algo.
-Sí, pude, pero no lo hice. Es increíble.

El sujeto que le hizo la vida imposible desde el día que entró al centro y demostraba tanta capacidad, rigidez y motivación a cambiar no había resistido la calle y había vuelto al consumo. Román no le había dicho nada porque para él era algo normal, sabía que la condición del adicto es complicada, y que prácticamente éste no puede resistirse a su enfermedad y frente a los placeres -cuales sean- que se le presentan. Siempre le decía: "En la calle no es como acá, si la cagaste la cagaste, y te vas por un tubo". Quizá Paulo estaba ya en el tubo, pero eso no interesaba. Su comunidad no parecía una comunidad, parecía un batallón del ejército, no por la cantidad de personas sino por la actitud que demostraban y el entrenamiento que llevaban. Más que estar siendo preparados para rehabilitarse y reingresar a la sociedad sin temer pasar frustraciones y emociones equívocas parecían estar siendo entrenados para la guerra. Eran la comunidad más sólida del centro, y los de más confianza. Día a día sudaban gotas de pudor en el patio y se reparaban ante la indecisión y el sentimiento de derrota. Lo que pasaban era duro. Pero Paulo estaba ahí para hacerles compañía, se encargaba de dirigirlos y aconsejarlos, ponía la mano dura, pero al final del día, en la noche, antes de ir a dormir, conversaba con los muchachos y los motivaba a cambiar, a seguir adelante, a no regresar a esa vida pasada de mierda que habían tenido, se los decía él, que era consumidor compulsivo de cocaína, que estaba por segunda vez en el centro, que ya no quería sufrir más. Él, que también luchaba, que también se esmeraba, que también hacía todo lo posible para rehabilitarse, porque sanarse no podría nunca, porque los adictos no se curan jamás, mueren enfermos. Él, él había caído, y ya no le importaba, seguía adelante.

-Fue lo más importante que me dijo: "la vida continúa". En el centro era duro con sus palabras pero certero, y esta vez también lo fue. No podemos dejarnos caer por un simple tropezón, nuestra vida sigue, y nosotros no podemos pararnos por un percance. Hay que hacer frente a lo que se nos presenta, total, para eso hemos sido entrenados.
-Osea que te parece bien lo que está haciendo? Estás loco.
-No es que esté loco, es simplemente que yo sé que es pasar por ese lugar, y no creo que esté rehuyendo a su realidad, como ahí le dirían, sino que está llevando su vida como él cree que debe llevarla y punto. ¿Por qué habríamos de privarnos de algunos placeres? Solamente porque una o dos veces no lo supìmos llevar? No creo que sea así.
-Creo que te estás justificando para un futuro -dijo.
-Tómalo como quieras.

Ella retomó su postura dulce y decidió atacarlo por otro lado: se acurrucó en su pecho y le masajeó del cuello, como se lo hacía a su gato cuando lo quería engreír.

-Prómeteme que no vas a volver a fumar ni a drogarte -le dijo-, ya me tienes a mí, ¿qué más puedes querer? Has sacado clara ventaja a los demás de la tienda. Te envidian -ríe.
-Sí, sí... Está bien, tienes razón, te lo prometo, no te preocupes. Eso ya pasó para mí, ya sé qué es, qué se siente, no es ninguna novedad -recordó qué es fumar un joint, qué es meterse un par de buenos tiros, que es mascar unas cuantas pastillas bien amargas y sintió el gusano correr por su estómago.

Ella despejó su cabello castaño y lacio para atrás y cambió de posición; se puso de costado, lo tomó por el mentón y lo besó. Él le correspondió, pero mantuvo los ojos abiertos, viendo su rostro colorado y sus pesones rosados de 17 años.

No hay comentarios: