miércoles, 13 de octubre de 2010

Buenos Aires


No reconocí el número, ya lo había eliminado y no lo tenía en la memoria.

-Cómo que quién es - dijo preguntando.
-Qué quién es - a veces me pongo bien displicente, en especial por el teléfono celular, no me gustan esas pichuladas de que alguien te llame y no sepas quién es.
Si se quiere llegar a una buena conversación vía celular conmigo pues primero hay que anunciarse. Y si es que te conozco y no sé de dónde has sacado mi teléfono pues hay que responder eso, porque de lo contrario me comporto como un total necio.
-Soy yo -me dijo, y me dio su nombre.
-Ah, tú. Qué tal?

La verdad que le respondía de compromiso nomás, prefiero alejarme de la gente chiflada e hipócrita. Se confunden si creen que tengo algo en contra de los chiflados, no, contra ellos nada -si no me repelería a mí mismo-, mas contra los hipócritas sí. Sólo que la hipocresía y la chifladez hacen un mal conjunto, son como el agua y el aceite. Bueno, la chifladez sería como el agua, osea, que sí se pasa en muchas ocasiones, pero la hipocresía como el aceite. No creo que nadie beba unos sorbos de aceite solo, habría de estar chiflado. Me caen tan pésimos los hipócritas que ni me interesaba que esta chica me quisiera abrir las piernas, además su único atractivo es el traseraso que se maneja, de ahí nada más, incluso huele mal. No saben, las axilas le apestan horrible, ahora, sí así le apestan las axilas, cómo le apestará la almeja... No, dejo de imaginármelo porque no quiero vomitar mi almuerzo, estaba bastante rico. Afortunadamente se dio cuenta que no quería hablar (les digo que soy bastante displicente cuando quiero) y me dijo que llamaba en otra ocasión, cuando yo no esté trabajando. No volvió a llamar: una suerte.

Andaba yo bien malhumorado. Por lo general ando así, es cierto, pero esta vez no sé, lo andaba más, creo. Estaba malhumorado por una chica, esta me había atraído y en el momento decisivo se tiró para atrás. Detesto que la gente me falle, y ella me falló. ¿Pudo ser mi amiga? No, tampoco. Que se joda. Que se joda. Cuando estoy así me apetece un cigarrillo, pero cuando imagino el primer golpe se me van de inmediato las ganas, es que el cigarro tiene un sabor horrible, no hay duda: su consumo está ligado a su adicción. En las mañanas que voy al trabajo veo a gente fumando cigarrillos cuando hace tremendo sol. Qué calor, qué asco. Mi madre criticaba duramente mi consumo de marihuana, pero un día entró a casa y me preguntó si estaba pasando café. Me maté de risa y le dije :"Ya ves que la hierba es rica, si hasta huele a café". Mi mamá se quedó callada, estoy seguro que lamentaba mucho haber dicho eso.

Me metí a una cafetería, el Shehadi. Es muy buena porque te atienden unas chicas con unas súper minifaldas (que tienen de malo el parecido a un tablero de ajedrez) y en las noches tocan jazz en vivo. Absolutamente diferente al prostituido Starbucks, esa mierda de café norteamericano que tiene como logo una mujer de piernas abiertas (al menos eso es lo que yo siempre veo -hay quienes sostienen que soy un pervertido empedernido-) y donde siempre hay tíos con sus laptos y de piernas cruzadas, fingiendo ser tan importantes cuando son tan nimios. Pobre de ellos, el espíritu lo deben tener más vacío que un pozo olvidado. Pasaban un partido de béisbol por la TV, bueno, nada es perfecto, y en eso estaba lo feo del Shehadi: en que transmitían béisbol de vez en cuando. Vamos, soy peruano, a mí que me importan los bateadores mexicanos o norteamericanos, gilipolleses. El café es un buen lugar para estar cuando andas con los ánimos mal. Te sientas, ordenas el café que deseas, y te concentras en pensar. Puedes ir acompañado también, y si lo que pretendes es una conversación agradable pues la vas a conseguir. Pareciera que los cafés favorecieran a la comunicación. En fin, me pedí un frapé moca, en verano es un delito pedir un café caliente. En el Haití, el café de la siguiente cuadra, veo a tíos -esos ya de edad, que vivieron toda su vida en Miraflores y que de jóvenes tenían los cabellos dorados y ahora los tienen blancos o simplemente no los tienen- con blazers y bebiendo café caliente. Cuando estaba en el colegio me dijeron que esos tíos eran maricas, desde entonces lo creo, y creo que además de ser maricas son unos huachafos de primera, es que con tanto calor ¿qué vas a beber algo caliente? ¿Qué pretenden? ¿Mojar sus camisetas? Pues si eso quieren deberían hacer algún deporte, viejos zamarros. Una chica que era nueva me trajo el frapé. Le pregunté si esta noche habría jazz. A la pobre la confundí demasiado, se notaba a leguas que era nueva, la muy tonta pensó que jazz era un tipo de café que servían en veladas especiales. Tuve que aclararle que el jazz era un género musical, y así se sintió más tranquila. Nadie nace sabiendo, por último cada día se aprende algo nuevo. Hoy, ella aprendió del jazz. De que lo escuche de aquí en adelante o no, ya no es mi tema. Si no les gustan los tíos que redundan, pues pasen a la siguiente página web y nunca más abran la mía, porque yo adoro darle vueltas a ni mierda. De joven, en eras escolares, sacaba de las mejores notas en los cursos de letras. Era un experto. Nunca estudiaba nada, y si estudiaba lo hacía muy poco, me bastaba con prestar atención a ciertos momentos claves de la clase, almacenar uno que otro dato y en los exámenes me desplayaba lo más que podía sobre la nada. El resultado era la sonrisa de mis padres al ver de los diecisiete para arriba. Años más tarde un compañero de clase de uno de los tantos institutos por donde pasé me encontró en un bar. Sabía que yo poseía siempre marihauana (nunca me vio entrar a una clase sobrio de hierba, ni él ni nadie del instituto) así que se acercó a hablarme un rato, a lisonjearme en realidad, entre las lisonjas me decía que yo había sido el mejor expositor que había visto pasar por el instituto, que era el único capaz de no saber nada de la exposición pero demostrar saber todo. En eso no se equivocaba el tío, se ganó su joint. Su joint, porque mi simpatía no.

Da que cuando uno más quiere encontrar a alguien no lo encuentras, y que cuando ya tiraste la toalla, empiezan a aparecer pretendientes a por doquier. Así me había pasado con esta chica, la que les digo que me había atraído (verbo que utilizo porque me da vergüeza admitir que me ilusionó, o que bueno, me ilusioné yo). Yo iba a matar un amor, uno de esos que se tiene por primera vez y que pasan los años y no te deja en paz. Claro, ya me había comido hasta un año de internamiento en un psiquiátrico para poder olvidarla, y una vez afuera todavía la recordaba... Esa tarde discutimos por el teléfono, y yo había decidido olvidarla por completo. Entonces iba a esa discoteca de mala muerte que abre los jueves, fui con un amigo que es un coquero empedernido y que como no tenía dinero debía pasar primero por la casa de una amiga, quien también iba a ir y le facilitaría la lana. Yo iba a ese lugar porque me iba a encontrar con una de esas mujeres que son unas perras, les dices un par de cosas lindas (y si no, también) y te ponen todo el trasero encima. A las dos horas, están entrando a un hotel contigo. La iba a ver a ella, decirle un par de cosas falsas y luego follarla con tanta ira que me olvidaría de las mujeres por un buen tiempo. Zorras todas. Pero teníamos que pasar por donde esa chica que iba a prestarle el dinero al coquero empedernido, Kiara se llamaba (vaya nombresito... salido de los anuncios de "Relax" de los periódicos). Cuando la vi recordé que yo la conocía, hacía un par de años habíamos estado en un privado, en esos entonces ella estaba separada de su ex y vivía sola. Ahora ya no vivía sola y su ex era parte del pasado. No sé cómo pero simpatizamos muy bien, tanto así que a la otra zorra que me follaría con mucho odio ni la miré. Es que esta tal Kiara me parecía tan angelical... Aunque en realidad todo era una máscara, el problema es que eso lo descubrí mucho después, cuando el daño ya estaba hecho.

Yo suelo tener problemas con las mujeres, uno de esos amigos que no son amigos de fiestas y de drogas, sino que son tus amigos íntimos, me decía siempre lo mismo: que las mujeres (junto a la depresión) eran mi punto débil. Tenía razón. Es que yo no puedo pegarme mucho a una mujer, me ilusiono rápido, las quiero rápido, las divinizo, y luego me molesto si no tienen nada serio conmigo. Por lo tanto, siempre me molesto. ¡JA! Llevo años sólo, me voy ya para el lustro. No obstante, ya estoy acostumbrado, después de este último desaire estoy curado. O al menos eso digo... Uno nunca sabe de su futuro, de eso no. Soy un obsesivo de primera. Y un romántico, también. Mi psicóloga siempre me decía con tono cansino (ya aburrida de reconocerlo tantas veces) que yo estaba enamorado de la hierba. Tenía razón. No era para menos: es la única mujer que nunca me ha defraudado, y que ha estado en todos los momentos de mi vida, desde los celebérrimos hasta los paupérrimos. Tenemos un romance de primera. Como soy bien voluble, en algunos aspectos, no quiero tatuarme, porque sé que tarde o temprano querré cambiarme el tatuaje por otro, pero no es el display de tu messenger, y no es tan fácil de cambiarlo. De todas maneras, en el caso de que un día se me ocurra taturame (lo cual dudo por las razones expuestas) pienso que será una hoja de macoña. Es que es lo único que me gusta constantemente. Y lo digo de verdad. La chica esta, la de nombre de chica "Relax", se quedó anonadada cuando le dije que esto sería lo único que me tatuaría. "No quiero verlo nunca", me dijo. No lo verás, no nos veremos de nuevo. Y así está bien, ella no me entendía, estaba tan o más chiflada que yo, y ahí va un punto: ella es de los chiflados que no me gustan. Supongo porque ha chiflado en inestabilidad. Y la inestabilidad de por sí es insoportable. A nadie le gusta escuchar que un día a una persona le gusta el chocolate y al otro no. Salí del café a la media hora de bebido mi frapé.

Esta vez me metí a la librería "La Familia". Ese local, el de Miraflores, me gusta bastante. Es bien acogedor y su estructura es vanguardista. Es como una pequeña habitación de tres pisos, y las escaleras son en caracol. Están todas las paredes llenas de libros, tantos que uno se cansa de leer los títulos. Borges elogiaba la biblioteca, y decía que la cantidad de libros que hay es infinita. Aunque esta es una librería y no una biblioteca, creo que es muy parecido a lo que se figuraba Borges. Las luces son blancas y las paredes verdes, y no están esos ayudantes cargosos que andan detrás tuyo preguntándote si te pueden ayudar en algo o anticipándote el precio de alguna obra. No los soporto, cuando estoy en un establecimiento, de cualquier tipo que sea, y me cruzo con uno de estos pues soy un cliente que se perdió, puesto que de inmediato me salgo del local y prefiero no comprar nada. Ya me han pasado varias cosas, no las suficientes, estoy seguro, porque mientras que uno avanza en la vida encuentra nuevos obstáculos que superar, lo que hace a la vida un camino de constante aprendizaje, pero con el bagaje que poseo por el momento estoy bien.

Llega el momento que uno se da cuenta que tiene que tranquilizarse, bajar las revoluciones, no siempre puedes ser un muchcacho febril de dieciocho años al que le apesta toda la clase social y por lo tanto quiere derribarla para implantar una nueva, una donde se viva en paz y todos seamos felices. Es un bonito ideal, claro, pero es, también, una utopía. Quizá si todos viviéramos en paz la vida no sería vida y todo sería muy aburrido y no tendríamos como aprender nada, nos volveríamos unos holgazanes comiendo de los frutos de la naturaleza y follando con las mujeres sin distinción alguna, así como los animales. A mí ya me pasa eso, que siento que estoy bien, que no tengo todo lo que quiero y que sin embargo estoy bien, hacía años que no me sentía como ahora, que digo "qué buenas vibras tengo, paso por uno de mis mejores momentos". Es mas, ya no recuerdo cuando fue la última vez que creí pasar con mi "mejor momento". Pero el momento ha llegado y es ahora, hoy, el presente, y no estoy dispuesto a dejarlo pasar. Lo mantendré lo máximo que pueda, y para esto necesito dejarme de niñerías, madurar, y empezar a ser más conciente. Tengo las cosas más claras que agua caribeña, y sí, soy feliz así, solo pero no mal acompañado. Total, conmigo siempre está maría.

Meto mis manos al bolsillo y saco unos moños, miro mi mano y digo:

-Vamos a caminar un rato, acompáñame por el malecón, para ver y escuchar el mar.

Entonces esbozo una sonrisa enorme y me voy desmenuzando la hierba, a continuar con mi camino. Atrás mío los carros hacen bulla y todo un bolondrón, qué se puede esperar, es Miraflores, a mí no me importa, la felicidad está dentro de mí. Que se jodan, que se jodan todos esos a los que les gusta joder.




1 comentario:

Carlos dijo...

Jeje, hermano que vida la tuya...

Saludos.