lunes, 7 de abril de 2008

A mí no me gusta el sushi


A mí no me gusta el sushi. Lo probé por primera vez hace unos años, y si bien las sensaciones iniciales fueron geniales, las que siguieron a éstas fueron catastróficas. Diría yo que es un plato traicionero. Su apariencia es exquisita, pero en el fondo lo único que hay es veneno. No importa de donde provenga o si sean un poco distintos en forma, al final todos son iguales: poseen, a partir de una capa intermedia, glándulas que emitirán el veneno, y lo mismo pasa con las capas que la siguen. Yo fui víctima un tiempo d este plato, lo comía a gusto y hablaba bien de éste con mis amigos, hasta que supe los verdaderos efectos que producía dicho "manjar". Para empezar, era casi adictivo: una vez que lo probabas bastaba para caer rendido a sus atributos. Después me acometieron unos dolores en el organismo y rápidamente los asocié a lo único que consideraba capaz de afectar de esa manera, es decir, al sushi. Desde esa revelación me resistí ecuánimamente y con éxito a seguir degustándolo; sin embargo muchas veces el plato regresaba a mí sin que yo lo haya buscado. Por ejemplo, llegaba a una reunión de negocios y tenía ahí, clavado en la mesa, el maldito sushi. No me quedaba mas que "saborearlo" nuevamente, sin querer hacerlo en realidad, solo que hubiese sido de muy mal gusto empezar una cena donde se hablarían de futuros proyectos rechazando el plato del anfitrión. Claro que después de la cena padecía yo los efectos traicioneros del pesacado crudo japonés, la paradoja entraba en acción: bienestar en el gusto y malestar en el estómago y la cabeza, añadido un sentimiento de culpabilidad por haber hecho algo que no quería. Mucho tiempo me obligué a ya no probarlo para nada, y me dediqué entonces a deleitarme con otros platos, otros platos muy deliciosos que siempre habían estado ahí, a mi lado, desprendiendo su aroma para que yo les preste atención, pero la ceguedad en la que me mantenía por el en verdad sabor desagradable del sushi no me dejaron darles cabida. Experimenté mucho mayor satisfacción con estos inclusive: la comida pasaba mejor, no creaba disturbios en el organismo y podías dejar de comerla por temporadas y después, cuando la desearas de nuevo, probarla sin problemas. Sin embargo el sushi tenía algo especial y único, y de haber sido posible extraerte el venero que reaccionaba tan adversamente dentro de uno (dolores por todos lados, dolores por todos lados), hubiese sido genial y no me cansaría jamás de tenerlo en mi mesa. Ahora, después de años cuidando mi salud y con el sistema de inmunibilidad más fuerte, pruebo de vez en cuando el sushi, mas no sin antes tomarme mis precauciones, como tratar de saber en qué estado se sitúa el pescado, o de saber qué hacer en caso de reacciones adversas (lo cual se producirá casi siempre), o de anticipar los presuntos daños que me pueda acarrear. Pero nunca dejo de decir que éste debió ser siempre mi plato favorito, lástima que me caiga tan mal, porque sí he escuchado a quienes contradicen mis plabras y alagan al sushi, aludiendo además que cuando ellos lo comen el sushi se presenta más agradable y más fresco, como si el pescado ansiara que te lo comieras, cosa que no sucedía conmigo. En fin...


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