lunes, 28 de abril de 2008

Historia de una Lágrima

Dicen que en los inicios del mundo las lágrimas no existían. No es que la gente haya vivido feliz, es que las penas que tenían nunca fueron tan grandes como para sentirlas con profundidad. Todo empezó con la llegada de las mujeres a la aldea de los hombres. Éstas llamaron la atención de los hombres, quienes anonadados por lo que a su vista se ofrecía intuyeron que ellas tenían relación alguna con ellos y que debían complementarse. Al inicio no fue difícil, puesto las mujeres sentían la misma atracción hacia los hombres, e igualmente intuían -ellas gracias a su séptimo sentido- que eran compenetrables.

Así fue que los dos sexos se juntaron, convivieron y procrearon felices y sin problemas hasta que las mujeres descubireron que los hombres, a diferencia de ellas, poseían sentimientos más honestos, apasionados, y sobre todo, más firmes; entonces trataron de tomar ventaja a la situación y actuaron. Los hombres, muy al contrario de lo que pensaban, no respondieron a los juegos malignos que ellas les tendieron; sucede que ellos las querían, pero el mundo era muy grande aún y además de haber tantas cosas por descubrir el hombre todavía no había madurado mentalmente en ese aspecto.

Pero un día nació un hombre diferente. Éste pequeño, desde muy chico miró con otros ojos a las mujeres, se sorprendía del brillo que emitían, brillo que no poseían los varones. Creció, pues, enamorado. Fue un adelantado a su época, y también el más desdichado. Las mujeres, siempre vivaces de pensamiento y hábiles para la patraña, no demoraron en darse cuenta de la suceptibilidad de ese muchacho hacia las veleidades de la mujer. Entonces le presentaron a la mujer más bella de su especie, quien se haría cargo de hacerlo sufrir.

Desde el primero momento el impacto producido en el joven fue arrollador. Para él simplemente esa esa joven no era una mujercita cualquiera, ella era como el sol, como la luna, como las estrellas del firmamento. La chica, que sabía muy bien lo que tenía que hacer, descargó con todo su ira su mayor gracia, y encantó ilimitadamente a quien hizo creer que podía ser su media naranja. El pequeño, deslumbrado, comenzó a vivir los días más felices de su historia a tal punto que creyó estar cerca de la eternidad. Simplemente, al lado de esa chica todo era diferente. Adoraba como le hablaba, como lo trataba, como lo quería. Y cuando él penso que el mundo cambiaría gracias a su misma persona, la muchacha empezó a destilar su veneno..

Poco a poco embarró la mente del joven, llegando incluso a manipularlo, puesto que él, que no entendía la manera en que ella creaba conflictos e inventaba verdades que lo sumían en la máxima confusión, cambió su forma de ser. Se volvió apocopado y timorato, y cogió la costumbre de andar por ahí sin sentido, hasta que no encontró el camino de vuelta y y se perdió en un desierto desconocido. Pasó mucho tiempo ahí muerto de sed y de hambre, mas sin esto afectarlo. Le creció la barba y la cabellera y se volvió un joven viejo.

Las mujeres, alegres por su progreso, decidieron ir más allá. Para ello enviarion a la chica al desierto. Una vez que el ya viejo joven la vio recobró el ánimo y se sintió lleno de vitalidad: ella había ido a buscarlo. El hombre olvidó la sed y el hambre y recordo los árboles y los ríos. Sin embargo, al tiempo se le presentaron nuevamente problemas ficticios pero ineludibles: que qué había hecho en el desierto, qué cómo habpia aguantado sus necesidades, qué en quién había saciado toda su sed. "Nada". Pero era falsa su verdad a tal punto que dudaba, irónicamente, de su palabra.

Al incio pudo subsistir; al tiempo, cayó de nuevo. Ideas invadían su cabeza y la barba le crecía otra vez. Se perdió en el desierto y ahí, sentado, fijó su mirada en el vacío, en el todo, y trató de hallar la manera de demostrar la verdadera verdad. Regresó a la aldea y con palabras intentó persuadir a su querida musa, pero ella, muy bien entrenada, lo despidió con más acusaciones -aun más graves- y le ordenó no volverla a visitar. Esa sería la estocada final, al menos así lo tenían previsto... así que lo fue. El sujeto no comprendió como era que esa mujer cambiaba tan rápido y sin algún fundamento su ánimo contra él, y se vio rechazado del paraíso. Esta vez optó por olvidar. Sintió que algo en su fuero interno partía para no regresar...

Se fue y solo, sentado en una piedra bajo la luna llena, percibió algo resbalar por su mejilla. No se secó. Un sentimiento acompañaba el líquido que caía, pronto su boca se encogió en un puchero y un contristado y humilde gritó expiró valientemente de su pecho. El cielo también lo sintió: el viento sopló fuerte y los truenos tronaron molestos por la desgracia e injusticia de uno de los hombres más tiernos que habían visto salir de la tierra, aquel ser preparado para amar. Era la primera vez que experimentaba esa sensación y si no se sorprendió fue porque sentía el gran alivio del desahogo con cada lágrima. Así, durante el llanto, fue dejando todo lo que lo adolecía hasta sentirse seco y vacío. Nunca más apareció en la aldea y las mujeres, que lograron su objetivo, padecieron a las semanas el castigo por su cuerlad. Dicen que algunas se volvieron serpientes; otras, calabazas, y otras cuervos de rapiña, pero no se sabe con exacta certeza.

Las lágrimas que cayeron al suelo dieron a brotar un tipo de planta muy especial, colorida y acapullada, la cual, del oxígeno que absorve y luego emana al ambiente, entraba a los hombres y mujeres y les dejaba los síntomas de las primeras lágrimas. Entones hay una época en el año, especial en que esta flor brota, en que la población se ve sometida al desahoga y a la desconsolación, y entonces no le queda más que llorar, y hacerlo sin saber que hace muchos siglos fue un hombre el primero en experimentar esa sensación, un hombre, que por lo cierto, jamás dejó de sufrir por ese golpe.


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