martes, 22 de junio de 2010

The test


Nos encontramos en el “Z”, Diagonal de Miraflores. Aunque me demoré, llegué temprano. No quise sentarme en una de las bancas e ir ordenando algo, me paro frente al quiosco y leo titulares de periódicos y novedades de revistas miscelánicas. Tarda, y estoy nervioso. Me despegó de uno de los titulares y está ahí, aproximándose. Fuerte impacto. Cachetada en la cabeza. Puñetazo al corazón. Me acerco y la saludo como se saluda a una dama; con un beso en la mejilla. No pretendo más que eso, supongo es lo ideal. Se acerca más a mí y me da un fuerte, ¿cálido? (¿habrá sido cálido, habrá sido un engaño, habrá sido algo?) abrazo. Correspondo, como haría siempre a cualquiera de sus pedidos. Tiene un polo de Barbie que no me gusta y está un poco cochino y el cabello amarrado en un moño encantador. De acuerdo a los convencionalismos –qué sociedad que somos, qué robots que somos- contestamos preguntas habituales tipo cómo estás, qué tal te ha ido, después de cuánto tiempo. Caminamos un poco, ¿A dónde vamos? A tomar un café. La verdad yo no lo quiero tomar en “Z”, sin saberlo ya estamos cerca de McDonalds y propongo ir a Dunkin’Donuts. Me gusta la combinación café-dona-de-chocolate. Entramos al lugar y no da gestos de aceptación. Salimos: ningún café de ahí le gustaba. “Quiero tomar un café de un café”. Bueno, son ¿dos, tres? años, yo qué iba a saber que no le gustaba la combinación que a mí sí, yo qué iba a recordar que a ella no le gustaban las mismas cosas que a mí y viceversa (exceptuando el sexo y la marihuana –del sexo supe que le gustaba, mas no con exactitud si conmigo, de la marihuana supe que le gusto, mas no si tanto como a mí). Estamos entusiasmados o eso demostramos, o intentamos demostrar, o yo qué sé, vivo y punto, que fluya. Sigue bien simpática, bien simpática… Como todo hombre, tengo mi lado animal, y como todo homo sapiens, tengo memoria, e imagino sus sujetadores rosados que usaba o las tobilleras que nunca se sacaba al hacer el amor o al tener relaciones sexuales o al encamarse conmigo, no sabría como describirlo, porque para hacer el amor se necesita de dos personas, dos personas con un mismo sentimiento, para tener relaciones o encamarse se necesitan dos órganos reproductores complementarios y nada más, porque le daba mucho frío. Qué rico, igual, la chupada de teta. Sigo en el parque en verdad, me fui un poco, así soy yo, bien imaginativo, sin censuras, las cosas como son, sin tapujos. Su radio suena, lo saca de su cartera, “ah, dios mío, dónde estás, no te veo”, dice con emoción, voltea, allí está su amiga, quien era su vecina cuando vivía en su casa de San Isidro, una chiquita dos años menor que ella (creo), pero ya está crecida, yo la veo: ya no es una niña, aun así guarda el encanto de una de ellas. Ya ninguno de los que hace dos años o tres eran niños lo son, el tiempo no pasa en vano, han crecido. Su amiga le había dicho “estoy viendo a una chica igualita a ti caminando por el parque Kennedy con un chico igual a Bryan”. El tipo debía de ser alguien parecido a mí, mas no yo, yo era parte del olvido en la vida de Miel, ¿cómo así me desenterró? No sé. Tal vez ella tampoco. Tal vez solo sea un intento, una prueba para ver qué hay. Saludo a su amiguita y me hago a un lado de la corta conversación. Seguimos caminando. No hay mesa libre en la parte del café que da para la calle, en la zona de fumadores, así que cogemos una mesa de adentro. Sentada en mi frente la confundo con mi psicóloga y entonces descubro porque era tan abierto con mi doctora: su rostro es similar y sus senos de proporciones análogas; la imagen se desvanece rápidamente, no pasó nada. Se suelta el cabello, inclina la cabeza, me sonríe. Suspiro mentalmente. Qué bonita es. Cuánto detesto qué sea tan bonita. Si al menos ya no me gustara… Pero la belleza no se puede negar, yo no soy de ese tipo. La mesera, delgada, de jean y polo morado, se acerca, nos saluda, se presenta y nos deja la carta. “Siempre he querido trabajar en este café, pero ahora ya no, no sé por qué tiene que decir su nombre, qué antifashion”. –Felizmente te desanimaste, si no estaría como cojudo haciendo que mi vida gire en torno a este café, pienso-. Hace unos días me cogió un pequeño resfriado, estuve con la garganta fastidiada un par de días y de noches, aunque me encanta el frapé, esta vez elijo un moka común y silvestre. Ella se decide por una cerveza Corona. Me animaría, de no ser porque la cerveza se toma helada y porque es un psicoactivo y quiero estar con mis sentidos en su cabalidad, quiero estar objetivo, no dejarme distraer por subjetividades, suspicacias o distorsiones. Se demoran trayendo nuestro pedido y parece que se incomoda un poco, se disculpa porque va a tener que hacer una pequeña llamada. Tal vez es un break para la cita, para pensar qué está pasando, qué va a hacer. Yo aprovecho para ir al baño, donde derramo estúpidamente todo el jabón líquido en el lavabo. ¿Nervios? Damn. Me siento nuevamente, conversamos trivialidades, cuento algunas anécdotas del centro, como lo hacía antes trato de presentarle mundos que desconoce para que sepa más, para que conozca más, para que tenga más de qué hablar. Me estiro en el asiento, me acomodo, me desparramo, espero impaciente mi frapé que se demora más y más. Llega por fin la mesera, de nombre que no recuerdo, no trae mi orden, trae la de ella, la cerveza, y se confunde creyendo que es para mí. Según los patrones machistas establecidos de un país tercermundista la cerveza debería efectivamente ser para mí, no obstante ya estamos en el siglo XXI, despierta y vive, las mujeres ya no son las amas de casa de los setentas de faldas largas, corsés y picardía pero con reservación, es tiempo de descaro. Nos reímos. Me pregunta cómo va el limón, que nunca ha sabido cómo, bueno, yo tampoco, por lo que veo no es la primera cerveza que le despachan en el “Z”, después de todo han pasado años, yo estuve lejos y aislado y no era ni parte de su vida tampoco. Interpreto de varias maneras el pedido de la cerveza, sin saber cuál es la verdadera intención. ¿Soltarse? Es decir, tomar un poco para que la cosa fluya como fluyen las cosas con un poco de alcohol en la cabeza caliente. ¿Relajarse? Es decir, destensionar un poco y aminorar la presión del momento, tal vez incómodo ya por esas estancias. ¿O simplemente ninguna? Creo que estás siendo muy suspicaz, Bryan, no puedes con tu genio, afortunadamente sabes cómo eres y te das cuenta, si no ya estarías hecho un desastre y un mar de cólera, bestia. Llega mi moka, por fin. –Estás un poco gordita –le digo. Se incomoda, parece, ríe, no sabe cómo salir: -Sí, es que he estado tomando pastillas anticonceptivas y como que te alteran las hormonas. Y la putamadre. ¿Quién mierda preguntó sobre tu vida privada y peor aún de tu vida privada sexual? Carajo, ahora sí voy a ser suspicaz, me llega al pincho. ¿Qué coño me tratas de decir: a)”llevo una vida sexual bien abierta”, b)”me gusta que me den a pelo, detesto el condón, así que la que me cuido soy yo”, c)”no se puede confiar en que los hombres tengan un condón y a veces me pongo tan cachonda que lo tengo que hacer y no quiero tener todavía hijos”, d) “después de ti han pasado varios así que ni te sorprendas, y sí que me han dado”, e) todas las anteriores. Hija de puta. Así de rápido como se me desorbitaron los ojos los orbito de nuevo, nada ha pasado, tranquilo boby, tranquilo. Uno, dos gestos, y salí de la frase, fue una frase. Nada más. Cambio de tema. Ya ni sé qué hablar. Me cuenta algunas cosas de su ex enamorado, que se enamoró, que el huevón era un perro, que habló pichulada y media después de ella. La historia no es muy disímil de la que escribió conmigo. Claro que yo no me la pasé hablando pichulada y media, pero sí hice el cagadón. No tomo esto como una indirecta-golpe-bajo. Reacciono normal, entonces. Yo no tengo mucho que hablar de mujeres, y así lo tuviera, me reservaría de hacerlo. Ella era muy celosa, recuerdo, no podía ni tener amigas yo, más rápido me cuadraba… Así que hablo de otras cosas: “¿Fumamos?”. No quiere ir muy lejos, no acepta ir hasta el faro. Qué pena, es un lugar bien bonito para prender barulo. Entonces la bajada Balta, donde siempre fumo cuando mis bróders de Free Town y yo quedamos en encontrarnos en un punto medio para reír, fumar, y conversar. Ella está hecha una loca con la lengua (no, no me está besando, lamentablemente), y conversa de sus amigas, de cuántos hijos tuvo cada una, de que a uno lo cuidó en una guardería y que cuando un chico simpático se le acercó ella le dijo que era su hijo para quedar linda, y etcétera. Yo, cuando se trata de la hierba, entro al ritual y no me desconecto. No le falto el respeto, no la dejo de escuchar, tomo atención a todo lo que me dice, y pregunto si estoy interesado o acoto si es necesario, pero mi vista está fija en las ramitas, las hojitas, la carnecita y las pepas, mi tacto concentrado en esa especie de polvito que se te pega en los dedos cuando desmoñas buena hierba, y mi olfato en el perfecto aroma del cáñamo. Mis oídos sí son todos de ella, hemos quedado en una cita, y estoy en una cita. Si acepté es porque la quería ver, porque la quería escuchar. Y eso estoy haciendo. Ella me importa, así a veces me haga renegar, así me haya dicho lo de las pastillas anticonceptivas, que no me deja de merodear por la cabeza pero que ya qué importa, todos somos libres, déjate de pelotudeces, Bryan, be quiet and drive. Me alegro, porque recuerdo que a ella le gustaba fumar, que le gustó la hierba, y que en un momento compartió el mismo sentimiento que yo hacia la planta madre, yo era muy feliz, ella era mi aprendiz y me sentía orgulloso porque correspondía la vibra, parecía destinada a que la madre de todos los bienes, la hierba, la acoja hasta la eternidad en sus brazos, y que ahora iba a volver a fumar después de mucho tiempo. Y yo sé qué es volver a fumar después de tanto tiempo… es una alegría. “Dios salve a la Reina. Y la Reina se llama María”, pronuncio como parte del ritual una vez ya entubada la hierba en un canuto casi calculado matemáticamente, y, con solemnidad, lo enciendo. Ahora estoy con ella, mi madre, mi mentora, estoy en sus brazos, sus tiernos brazos... Comparto el placer con mi ¿compañera?, a quien como de costumbre se le apaga el canuto luego de un par de toques; no muchas cosas han cambiado, veo. La hierba la acelera más y ahora conversa a la velocidad de la luz; es impresionante. Yo la observo y me río, trato de imaginar qué está pasando por su cabeza que es tan divertido. Me cuenta miles de cosas, pero pasa lo que pensé podía pasar: se suelta mucho y se frikea. “¿Con cuántas mujeres te has acostado?, me pregunta, ¿Cómo se llaman? ¿Cuántas perritas de tus amigas han sido tuyas?”. Preguntas inadecuadas, Miel, una bomba nuclear cayó en nuestra cita. Mal paso: al abismo. Meto el parche: “Hey, hey, qué pasa? Tranquila, ninguna, esa pregunta no es adecuada”. Y ella lo sabe; se disculpa. Se le subieron un poco los caballos. La hierba es un psicoactivo, pues, hay que estar preparados, después de tiempo el viaje puede ser fuerte y las impresiones, por ende, también y con mayor razón. Se le destapó la caja de Pandora a mi chiquita, putamadre. Este incidente eclipsó todo. Yo me mantengo más callado que conversador y no recuerdo muy bien cómo sosteníamos el hecho de estar uno al lado del otro, muy probablemente detestándonos y sin saber cómo huir de esto, sabiendo que sería descortés dar por terminada la cita con un accidente tan desagradable. Así que hacemos lo que se hace en la calle: caminar. El silencio nos ha visitado, y forma parte de nuestro encuentro, se ha instalado incomodando a ambos. Ella ya parece tener que irse, tiene que ir a una fiesta en la noche sí o sí, por lo que noto, soy un caballero, y ella es una dama, debo acompañarla a tomar su carro. Caminamos hacia Angamos con Arequipa y en el transcurso un a joven nos ataja. Usa su labia y nos engaña diciéndonos que si respondíamos a un pequeño test publicitario nos daría un regalo: Nada perdemos, así que aceptamos. Nos echa un poco de perfume a cada uno en la mano, según ella es un Carolina Herrera, pero en la caja no dice eso y Miel se lo hace notar, la chica evade. Nos ofrece una oferta: por la compra de uno llevamos el otro gratis, o sea uno para hombre y uno para mujer. “Para que le regale a su enamorada”, me dice. Ráfaga de viento en la cara. Miel disimula la incomodidad riéndose y aclarando que yo no soy su enamorado, yo hago eco de lo que dice. La joven nos pide disculpas y cuando preguntamos cuál era el regalo resultó ser la oferta. Siendo estafados y confundidos como una pareja seguimos hacia Angamos. En el paradero le recuerdo que se eche gotas en los ojos. Le pregunto si se siente bien, si tiene controlada la stoneada. Me dice que sí y confío en ella. Su carro pasa al rato, se despide apurada con un beso en la mejilla y sin el abrazo ¿cálido? del saludo. Veo como se embarca, que esté bien, que sea el carro correcto y retrocedo a las bancas del paradero. Me desparramo en la banca, algo inquieto, observo los carros y la gente pasar, tiro mi cabeza para atrás, veo el cielo, ya azul lívido, cruzo mis manos y no sé qué hacer. Es temprano. Es de noche, además. Debo quedarme en la calle. Yo, a diferencia de ella, no tengo nada en particular para la noche, a mí me tranquiliza y me contenta fumar, no necesito unos tragos y un montón de gente rodeándome, necesito a alguien con quien se pueda tener una conversación interesante y entretenida para estar contento. Me acomodo en la banca un rato, sin saber qué hacer, a dónde ir, con quien conversar. Los carros pasan frente a mí, son imágenes, nada más, puesto que yo estoy concentrado en otra cosa, o en muchas otras cosas. Pienso, y veo que los carros no dejan de pasar.

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